Los secretos de la larga búsqueda de un ermitaño llamado ‘Josu Ternera’
Documentos judiciales franceses y testimonios de los vecinos permiten reconstruir los 17 años en los que el exjefe etarra estuvo fugado y las investigaciones que llevaron a su detención en mayo de 2019
Durante casi siete años, desde septiembre de 2006 a julio de 2013, José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, residió escondido y de incógnito en una casa de piedra, a la falda de un monte, al pie de los Pirineos franceses. El lugar, al que se accede por un camino de tierra en cuesta, se denomina Ordas, y está dentro del término municipal de Durban-sur-Arize, un pueblecito de montaña de 100 habitantes sin bar ni mucha cobertura, aposentado en un valle atravesado por un río. El vecino que ocupa la casa de al lado, y que vive, entre otras cosas, de vender por los pueblos de la z...
Durante casi siete años, desde septiembre de 2006 a julio de 2013, José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, residió escondido y de incógnito en una casa de piedra, a la falda de un monte, al pie de los Pirineos franceses. El lugar, al que se accede por un camino de tierra en cuesta, se denomina Ordas, y está dentro del término municipal de Durban-sur-Arize, un pueblecito de montaña de 100 habitantes sin bar ni mucha cobertura, aposentado en un valle atravesado por un río. El vecino que ocupa la casa de al lado, y que vive, entre otras cosas, de vender por los pueblos de la zona los pollos que cría y que asa en una parrilla ambulante, recuerda ver a Ternera casi cada mañana de todos esos años levantarse muy temprano para salir a correr o a caminar por la montaña, montar en bici, partir leña o dedicarse a la jardinería. Al principio se limitaban a saludarse a distancia, porque Daniel Martín, que era la identidad que Ternera utilizaba en ese lugar, era, según el vecino, un profesor retirado, reservado y poco hablador. Después se hicieron amigos. Durante todo ese tiempo, Ternera permaneció solo en la casa de esa granja remota sin hablar con nadie más que con un par de vecinos, sin recibir más visitas que las de su pareja y sin abandonar apenas los alrededores. Él asegura que por entonces ya no pertenecía a ETA.
El 15 de julio de 2013, a las seis de la mañana, el vecino, que prefiere no dar su nombre, se despertó con una explosión y los gritos y las carreras de medio centenar de policías franceses encapuchados y armados con metralletas y fusiles que buscaban algo o a alguien en la casa de Daniel. Poco después, se enteraba de tres cosas: que Daniel no era quien decía que era, que no se llamaba como decía que se llamaba y que se había escapado.
La biografía de Urruticoechea, de 71 años, actualmente en libertad vigilada en Francia, se confunde con la de ETA. Entró con 20 años y participó en el robo de la dinamita utilizada en el asesinato de Carrero Blanco en 1973. La policía considera que se convirtió en 1987 en el jefe máximo de la banda, en una etapa especialmente sangrienta por el uso de los coches-bomba. En 1989 fue encarcelado en Francia y trasladado a España en 1996. En octubre de 1998 fue elegido parlamentario vasco y en 2000 el Tribunal Supremo archivó sus causas por estar ya juzgadas en Francia. Sin embargo, en 2002 la justicia le abrió un nuevo proceso, acusándole, precisamente, de formar parte de la dirección etarra que tomó la decisión de poner el coche bomba en la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza el 11 de diciembre de 1987 que mató a 11 personas, cinco de ellas niños. Ternera huyó entonces de España. Comenzaba un largo periodo de jugar al gato y al ratón con la policía que duró 17 años, hasta mayo de 2019. Todo ese tiempo vivió oculto, en lugares apartados, siempre enmascarado en identidades falsas, aunque no hay constancia de que usara documentación fraudulenta.
Jacques Palusci, también vecino de la granja de Ordas, es quien le prestó la casa. “Yo conocía a su mujer, Agnès Cerlo, desde hacía mucho. Yo entonces vivía en Toulouse y venía a los Pirineos solo los fines de semana. Ella me pidió si podía dejarle la casa a su amigo, para pasar unos días de reposo”, contaba Palusci la semana pasada a EL PAÍS. Al nuevo inquilino, el lugar, según explica Palusci, le gustó tanto que quiso llegar a un acuerdo con el dueño: se encargaría de cuidar la casa, de mantenerla limpia, de cortar leña y de arreglar el jardín a cambio de poder vivir ahí sin pagar nada. “Acepté. Cuando yo iba los viernes o los sábados, le llevaba comida por encargo de Agnès. Él no compraba nada. No salía nunca de la granja o de sus alrededores. No tenía coche, ni moto. No respondía al teléfono fijo de la casa. Ni tenía correo electrónico. Ni tarjeta de banco. Me inculcó el vicio del deporte, de la bicicleta. Hablábamos de política. Yo le tenía por una persona de izquierdas, pero nunca pensé que podía ser un delincuente. Recuerdo también que a los dos nos gustaba mucho Paco Ibáñez”, cuenta.
Ternera ni siquiera se acercaba al pueblo. Los habitantes de Durban-sur-Arize no lo reconocen. Agnès, su pareja, con la que tiene una hija, le iba a visitar una vez al mes como mucho, según Palusci. “No eran una pareja común, de las que se ve a menudo”, comenta. El médico jubilado insiste en que Ternera pasaba todo su tiempo en las inmediaciones de esa granja remota, pero recuerda una larga ausencia, desde noviembre de 2011 a febrero 2013. Ternera le dijo a Palusci que iba a París a hacer una tesis doctoral. En realidad, se encontraba en Oslo e integraba la delegación etarra que, tras el anuncio del “cese definitivo de la violencia”, aspiraba a reunirse con el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy para negociar el desarme y la situación de los presos. Las negociaciones nunca se iniciaron y fue expulsado de Noruega. Volvió entonces a su vida de falso profesor en la granja de los Pirineos. Poco después fue descubierto.
La policía española había comunicado el 14 de julio de 2013 a sus colegas franceses que Urrutikoetxea podía esconderse en Durban-sur-Arize. Un juez francés autorizó la entrada y registro de la vivienda para el día siguiente. “Oímos una explosión en la puerta”, recuerda el vecino. “Nos sacaron a todos de nuestra casa. Nos apuntaron. Nos pusieron contra la pared. Incluso a mi madre”, recuerda el vecino. Y añade: “Luego los oficiales nos explicaron qué pasaba, quién era en realidad Daniel. Yo ya sospechaba que algo debía haber, porque aquí viene a esconderse mucha gente que tiene cuentas pendientes con la justicia, pero nunca me imaginé algo así”.
Tras entrar en la casa, los agentes solo encontraron a la mujer y a la pequeña. En el acta del registro, se destacaba que inspeccionaron “minuciosamente todas las habitaciones de la casa en busca de un posible habitáculo oculto” sin éxito. La policía concluyó que Ternera, al salir a correr o a caminar antes de amanecer, como era su costumbre, se había percatado de la presencia policial y había huido. El vecino asegura que Ternera le ha explicado que lo que ocurrió fue que escuchó o vio a las 11 o a las 12 de la noche a los policías y se escapó a esa hora por la parte de atrás de la casa, que da a un camino que comunica con una senda que se pierde en el bosque.
El juez francés ordenó entonces estrechar la vigilancia sobre el entorno del exjefe etarra. Una serie de documentos judiciales franceses permiten ahora reconstruir las investigaciones y las pistas seguidas a partir de ese momento por la policía francesa para dar con él. A Agnès Cerlo se le intervino el teléfono, se rastrearon sus cuentas bancarias y se colocaron balizas de geolocalización tanto en su automóvil ―denunció en 2017 haber encontrado una ― como en el carrito de paseo de su hija. Pese a ello, la policía francesa admitió en sus informes que Cerlo burló en siete ocasiones las vigilancias para poder encontrarse con Urrutikoetxea.
Los agentes también controlaron el teléfono de la anterior pareja de Ternera, María del Carmen Laskibar, ―sin resultados “relevantes”― y de la mujer de su hijo Egoitz. Pero fue a este último, quien también estuvo vinculado con ETA, al que la policía francesa sometió a un mayor control, que se intensificó en septiembre y octubre de 2015, cuando el joven estudiaba en una universidad de París. Su teléfono fue intervenido y se controlaron las cabinas cercanas a su domicilio por si las usaba. También fueron vigilados seis amigos suyos. Finalmente, el hijo de Ternera fue detenido el 6 de octubre en su domicilio, donde no se le intervinieron documentos valiosos, salvo varias “fotografías familiares” de Ternera de años anteriores. Cuando fue interrogado, Egoitz dijo no conocer el paradero de su padre.
En mayo de 2016, es decir, casi tres años después de escapar al cerco de Los Pirineos, una denuncia anónima puso a la policía sobre la pista de un número de móvil supuestamente utilizado por Urrutikoetxea. Se trataba de una tarjeta prepago adquirida en 2014 en Saint-Herblain, cerca de Nantes. La tarjeta solo había sido utilizada en la zona de Las Landas y para muy pocas llamadas. El análisis de la tarjeta llevó hasta Philippe Lassalle, un ciudadano francés con antecedentes penales por haber ejercido como intermediario de ETA en el mercado negro de armas. Un posterior rastreo del teléfono llevó a otro número, activado en Marsella, que, a su vez, recondujo a un cuarto, vendido de nuevo cerca de Nantes. Pero tampoco esta vez se llegó más lejos. “Los usuarios de estas conversaciones tomaban precauciones para evitar ser vigilados”, reza el informe policial.
Otra información anónima afirmaba que Ternera se había alojado, en 2013, en la casa del alcalde de Thoux, una localidad de 250 habitantes cerca de Toulouse, a un centenar de kilómetros de la granja donde había vivido. Pero la información resultó errónea. En agosto de 2017, otra fuente anónima lo situó en un hotel-restaurante de la región de la Alsacia. Los policías desplazados hasta allí mostraron a los trabajadores del hotel fotografías del fugitivo, pero nadie lo reconoció. Sin embargo, en el registro de huéspedes figuraba que meses antes se había alojado un tal Daniel Martín, el nombre falso utilizado los años de Durban-sur-Arize.
Ese mismo año, la policía española había trasladado a las autoridades francesas informaciones periodísticas que apuntaban a que Ternera padecía ciertos problemas de salud de los que, previsiblemente, se estaba tratando en una clínica privada francesa cerca de la frontera suiza, siempre bajo una identidad falsa. Tampoco se pudo avanzar entonces, pero, dos años después, a principios de mayo de 2019, la policía obtuvo otra información que casaba con la anterior. Una persona, bajo un nombre falso, trataba de concertar una cita médica en la zona de Los Alpes. La Guardia Civil desplegó un dispositivo por los centros médicos de la zona, excluyendo solo a dentistas y podólogos. El 19 de mayo lo vieron bajarse de un coche para entrar en el hospital de Salanches, en la región de Ródano-Alpes. Los últimos seis meses había vivido en una aislada cabaña de montaña en el Plateau de la Croix, una zona casi deshabitada al pie del Mont Blanc.
En el pueblo de 250 habitantes más cercano a la cabaña, Saint-Nicolas-de-Véroce, conocían a Ternera por Bruno Martí, un reservado y amable escritor venezolano que se había refugiado allí en busca de inspiración. Le veían con frecuencia salir a caminar, siempre muy temprano, por rutas apartadas de montaña. El dueño de la cabaña, Francis C., aseguró a la policía que conoció a Ternera mientras hacían senderismo, pero las investigaciones revelaron que había sido presidente de la asociación que gestionaba un refugio de montaña en el que Egoitz, el hijo de Ternera, había trabajado hacía tiempo. Un pequeño hilo del que la policía no tiró.
Las causas pendientes del exjefe etarra
Encarcelado en la prisión parisina de La Santé tras su detención, José Antonio Urrutikoetxea consiguió, en julio de 2020, que un tribunal francés le concediera la libertad vigilada bajo el control de una pulsera telemática. Pasó a residir en la sede de una comunidad religiosa en el centro de París, la Congregación del Santo Espíritu, de la que salía a estudiar en la universidad. Un año después, la justicia gala le retiró la pulsera y le permitió residir en la localidad vascofrancesa de Anglet, junto a su pareja, con la única obligación de comparecer periódicamente ante la comisaría más cercana a su domicilio. Allí residía cuando, en septiembre del año pasado, fue absuelto por un tribunal francés de un delito de pertenencia a ETA entre 2011 y 2013 en el primer juicio celebrado contra él tras su arresto en 2019. El histórico dirigente etarra tiene todavía pendiente otra causa en Francia. Hasta que se celebre esta vista, haya sentencia firme y, si es condenado, cumpla la condena, no será entregado a la justicia española.
Cuando fue detenido, la Audiencia Nacional reclamó a Francia su entrega por cuatro causas. Por dos de ellas -el atentado de la casa cuartel de Zaragoza y la financiación de ETA mediante las herriko tabernas-, la justicia francesa ya ha autorizado su extradición a España. En la primera de ellas, la fiscalía pide para él 2.354 años de cárcel por 99 delitos de asesinato consumados o frustrados. De las otras dos, una fue por el sumario abierto por un delito de crímenes de lesa humanidad en el que también están encausados otros exjefes de ETA. La justicia francesa rechazó esta petición al estimar que ese delito no existe en el código penal galo. La cuarta causa es por el atentado de 1980 en Vitoria que costó la vida a Luis María Hergueta, directivo de la empresa Michelin. Francia aceptó en primera instancia concederla, pero Ternera recurrió la decisión y los jueces franceses aún debe pronunciarse. Además, el pasado enero, el juez de la Audiencia Nacional Alejandro Abascal admitió a trámite la querella interpuesta contra él y otros tres exjefes de ETA por su supuesta participación en la decisión de atentar en la T-4 del aeropuerto de Barajas en diciembre de 2006.