Las vidas españolas que deja la guerra de Ucrania: “Todo lo tengo allí, el plan es volver”

Un centenar de españoles que abandonaron el país tras la invasión rusa se alojan en casa de allegados a la espera de un futuro incierto

Adrián Martínez y Tatiana Mendoza junto a su hija, en Valencia, tras volver de Ucrania. En vídeo, Alejandro Nievas cuenta cómo era su vida en Ucrania.Foto: Mónica torres | Vídeo: Epv

Gorka Barrigón, de 44 años, viste unos pantalones color beige, impolutos. Su madre se los compró en San Sebastián justo el día de antes de que llegara en autobús desde Madrid, con una mochila en la que solo había un par de mudas. Una mochila que hizo a toda prisa, empujado por la invasión rusa a Ucrania que le obligó a romper su vida de cuajo. En el apartamento de Kiev quedaron todas sus pertenencias, como si el tiempo se hubiera detenido. Como si hubiera bajado “a hacer una gestión en el banco”. No solo quedaron allí sus enseres: también amigos, trabajo y el día a día con David, su hij...

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Gorka Barrigón, de 44 años, viste unos pantalones color beige, impolutos. Su madre se los compró en San Sebastián justo el día de antes de que llegara en autobús desde Madrid, con una mochila en la que solo había un par de mudas. Una mochila que hizo a toda prisa, empujado por la invasión rusa a Ucrania que le obligó a romper su vida de cuajo. En el apartamento de Kiev quedaron todas sus pertenencias, como si el tiempo se hubiera detenido. Como si hubiera bajado “a hacer una gestión en el banco”. No solo quedaron allí sus enseres: también amigos, trabajo y el día a día con David, su hijo. Ambos pudieron salir del país gracias a uno de los convoyes de la Embajada española en Kiev que hace una semana evacuaron a un centenar de compatriotas y a sus familiares a España. Otros, los menos, lograron cruzar la frontera ucrania por sus propios medios.

La vida paralizada. Hace poco más de una semana, el pequeño David correteaba por las calles de Kiev, ahora asediadas por las bombas. Su padre, Gorka, se instaló en la capital ucrania hace cinco años y había construido su vida en torno a la del pequeño, de cuatro. En los días previos a la invasión, la rutina de este donostiarra discurría como si nada. Trabajaba en una empresa tecnológica junto al resto de compañeros, iba a restaurantes con amigos, a discotecas... Todo normal. Hasta que empezó la ofensiva rusa. “Entre nosotros había una calma total en la ciudad. No había nada que dijeras ‘¡ostras!”, cuenta Barrigón, tras la “escapada”. De regreso a España, un día después de dejar a David “a salvo” con los abuelos, en San Sebastián, volvió el miércoles a la frontera polaca con Ucrania, donde se reunió con otros amigos y con la madre del pequeño. Desde entonces, ayuda como voluntario a los miles de refugiados a los que, como a ellos, el mundo se convirtió en el mundo de ayer. “Ahora, realmente, nuestra vida ha parado. Lo que nos sobra es tiempo. Qué menos que utilizarlo ayudando”, dice Gorka.

Alejandro Nievas, en Rumania, delante del coche con el que vuelve a España.

El regreso. A Alejandro Nievas, de 27 años, todavía le cuesta dormir. Llevaba desde 2019 instalado en la región del Donbás, en el este de Ucrania, conviviendo desde hace años con trincheras, controles militares y la escalada de tensión ante las tropas rusas. Pero, aún así, veía “impensable” que el Kremlin ordenase una invasión como la que se ha precipitado. A este malagueño, nacido en Torremolinos, el primer bombardeo le pilló en Sofía (Bulgaria), donde había viajado dos días antes para una conferencia. Nievas trabajaba como cooperante para una ONG con —paradójicamente— desplazados de la guerra que desde 2014 azota la región. “No me gusta decir que soy también un refugiado porque puedo volver a mi casa. A mi casa en España, digamos”, explica Nievas por videollamada, durante el viaje de regreso.

La mayoría de desplazados españoles se han alojado temporalmente con allegados y amigos hasta que encuentren un rumbo. Nievas tomó un coche y recogió a su pareja, de nacionalidad ucrania, y a otros familiares en la frontera con Rumania. Desde allí, emprendieron el periplo de vuelta hasta Torremolinos. Nievas se ha quedado sin trabajo. Y sentencia: “No podemos estar viviendo con mis padres mucho tiempo. España es mi país y me gusta mucho. Pero mi vida estaba allí. Nuestra casa, todo, está allí. El plan es volver. Quedarse en España o en otro país sería ya en una situación en la que fuera imposible volver. Es literalmente empezar de cero otra vez”.

El futuro. Acaban de escapar de la guerra en Ucrania y ya están pensando en volver a viajar. Tatiana Mendoza, de 30 años, y Adrián Martínez, de 28, quieren mirar hacia delante y seguir con los planes de conocer mundo, sin dejar de lado su agencia de marketing digital. Pero no olvidan ni por un instante lo que han sufrido. Tampoco, a sus compañeros de trabajo que quedaron atrás. “El único que no se ha enterado de nada es Liam”, comenta el joven mientras mira a su bebé de nueve meses, que come una tostada en una cafetería de Valencia. Residían con su hijo en la ciudad española hasta hace un mes, cuando aceptaron una propuesta empresarial de su amigo hispanoucranio Igor y se instalaron en Kiev.

El matrimonio de emprendedores estaba a gusto en la capital de Ucrania, una “ciudad muy bonita” en la que no notaron problemas de convivencia entre sus vecinos, apunta Mendoza. Pero todo se truncó el jueves de la pasada semana, cuando las tropas rusas atravesaron las fronteras y entraron en el país. “Decidimos salir ese mismo día. Igor insistía. Se sentía responsable. Nos llevamos los ordenadores, la comida y la ropa del niño. Poco más. Tuvimos suerte: pudimos salir en el primer convoy organizado por la Embajada. Nos dieron preferencia por ir con el bebé. Para nosotros ha sido duro, pero no dramático”, relata Martínez, sereno, al tiempo que apura su infusión.

Dramática es la situación que vive desde hace años un compañero de la empresa. “Cuando baja al búnker pierde la conexión de Internet, pero sigue trabajando. Dice que está acostumbrado y no puede dejar de hacerlo. Vive en el Donbás”, prosigue Mendoza. También están en contacto con los españoles del grupo de Telegram que crearon con el estallido de la guerra y que pasó de un puñado de conocidos a un centenar. “Aún quedan cuatro o cinco españoles en Ucrania y te preocupas cuando no dicen nada”, señala ella, de nacionalidad colombiana, enérgica y de hablar decidido. La pareja y el bebé se han acomodado temporalmente en la casa de los padres de Martínez, en un pueblo cercano a Valencia. Dejaron su piso en la ciudad del Turia para marcharse a Kiev con un proyecto de futuro por delante. Hoy interrumpido. No se lamentan. No descartan volver a la capital ucrania, recuperar sus cosas y ver a amigos. A saber “cuándo podrá ser”, expresan con gestos.

Yulia Diachenco, pareja de un español residente en Kiev. Ambos fueron evacuados en un convoy.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

El miedo. Arturo, de 32 años, se despertó “en shock” la noche en la que estallaron los ataques. Desde hace dos años, residía en el centro de Kiev. Allí tenía un empleo en una empresa tecnológica y compartía el domicilio junto a su novia, Yulia Diachenko, de 27 años y nacionalidad ucrania. La pareja se embarcó en el primero de los convoyes organizados por la Embajada española en la capital. Con lo puesto, cargando un equipaje de 10 kilogramos máximo por persona. Lo último que hicieron antes de abandonar el inmueble fue fijar la mirada en la conserje de su edificio. “En aquel momento solo pude pensar en hacer las maletas. Fue al salir cuando lloré”, recuerda Diachenko.

La principal preocupación de la pareja, a resguardo en casa de los padres de Arturo, en Pontevedra, es el miedo ante la situación en la que quedan los allegados de Diachenko. Todos permanecen en el país: sus padres, dos abuelos, tías y primas. “Pero estoy orgullosa de la gente ucrania que está luchando y levantándose”, asegura por teléfono. Los hombres de la familia se han unido a la “defensa territorial civil” —ciudadanos que se han sumado a las milicias—, mientras que las mujeres y los abuelos transportan comida desde el pueblo a la gente de Kiev. Arturo y Diachenko barajaban volver a España próximamente, pero nunca pensaron que dejarían Ucrania de esta manera.

Jordi Escuras, preparador físico de la selección femenina de Ucrania, en Zaragoza. Álvaro García

Al igual que Arturo y Diachenko, Jordi Escura tiene la mente en otra parte. Desde noviembre es preparador físico del equipo de la selección femenina de fútbol de Ucrania, adonde se desplazaba puntualmente para realizar intensivos de dos semanas. En el último viaje se quedó atrapado en medio de un país bajo amenaza militar. “Nos enteramos de que empezaban los bombardeos con las propias bombas. Estaba durmiendo y las oí caer”, relata.

Tras reencontrarse con los suyos en Zaragoza, su única preocupación es ayudar a su equipo desde España: buscando competiciones para ellas fuera del país —imprescindible para que puedan seguir llevando dinero a sus casas— o enviando material allí. En marzo tenían previsto volver, pero todo ha quedado en suspenso: “Nuestra situación laboral está en el aire, pero no tiene importancia. Hay una guerra, qué pinta el fútbol. Lo importante es lo que les toca a ellas. Lo demás ya se verá”.

Con información de Elena San José.

Gorka Barrigón, antes de viajar de vuelta a la frontera.Vídeo: V. M. / L. A.

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