Inclusión admite en el CETI de Ceuta a decenas de personas que dormían al raso desde el inicio de la crisis
El centro priorizaba hasta ahora y desde el inicio de la pandemia los perfiles de extrema vulnerabilidad
Hassan es consciente de que el clima en Ceuta es caprichoso: ahora el sol pellizca implacable la piel, ahora la humedad convertida en lluvia fina cala hasta los huesos. Lo sabe porque ha pasado los últimos cuatro días a la intemperie, y porque de ello depende que se le seque la ropa que ha lavado en las duchas de la playa de Benítez, en el camino que baja desde el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). “No tenemos ningún sitio, así que dormimos aquí”, dice señalando la pasarela de madera bajo la que se ref...
Hassan es consciente de que el clima en Ceuta es caprichoso: ahora el sol pellizca implacable la piel, ahora la humedad convertida en lluvia fina cala hasta los huesos. Lo sabe porque ha pasado los últimos cuatro días a la intemperie, y porque de ello depende que se le seque la ropa que ha lavado en las duchas de la playa de Benítez, en el camino que baja desde el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). “No tenemos ningún sitio, así que dormimos aquí”, dice señalando la pasarela de madera bajo la que se refugian del relente, “en Marruecos dormía entre arbustos y la policía nos perseguía, ahora estoy aquí y duermo en la calle”. El Ministerio de Inclusión rebajó este viernes las exigencias para admitir a migrantes y potenciales solicitantes de asilo en el centro de estancia de Ceuta.
Un niño, al escapar de la nave de los menores migrantes de Ceuta: “Me siento humillado”
El joven liberiano está a punto de cumplir los 20 años. Llegó el lunes nadando a Ceuta junto con otros amigos con quienes ha pasado los últimos dos años dando vueltas por los alrededores de Fnideq, la antigua Castillejos, intentando acceder a la ciudad autónoma. No había tenido suerte hasta esta semana, cuando Marruecos decidió echar un pulso a España y alentar la entrada en la ciudad de entre 8.000 y 9.000 personas. Su compañero Mathieu, camerunés de 21 años, le toma la palabra: “Ya habíamos decidido intentar entrar y sabíamos que lo íbamos a conseguir, entonces escuchamos muchas voces, gente gritando, y ahí fue cuando empezó todo”. “No puedo explicar cómo fue”, enfatiza, “lo hemos intentado tantas veces y ver entonces a marroquíes entrando así, tan fácilmente...”.
Hasta el inicio de la pandemia, el CETI funcionaba como dispositivo de acogida de migrantes en cualquier situación. Con la emergencia sanitaria, el Ministerio de Inclusión estableció una serie de criterios para escalonar la entrada en las instalaciones, tanto en Ceuta como en Melilla y cumplir con los protocolos de cuarentena. Solo se admitían personas con un perfil de “extrema vulnerabilidad”, como solicitantes de asilo registrados por la Policía Nacional o mujeres y niños expuestos a trata.
Ahora, el caos provocado por la crisis fronteriza desatada esta semana ha hecho al ministerio relajar las prioridades de acceso, que habían dejado a Hassan, Mathieu y decenas de otros migrantes subsaharianos que entraron a nado o en pequeños saltos al vallado desperdigados por la ciudad ante el temor a ser devueltos a Marruecos si no se identificaban como solicitantes de asilo. El mismo viernes, entraron en el centro 31 personas, todas con perfiles vulnerables o potenciales solicitantes de protección internacional, como 18 yemeníes que fueron localizados durante las redadas que se produjeron el jueves por toda la ciudad y que han vaciado las calles de una mayoría de adultos marroquíes que accedieron a Ceuta de forma irregular desde el lunes.
“No podemos tomar una decisión [sobre el asilo] porque no estamos en una condición estable”, explica Hassan; “necesitamos descansar y algo de paz mental y que alguien nos explique cómo funciona el procedimiento”. Según el joven, en los cinco días que han estado sin techo, nadie se ha acercado para ofrecerles refugio y sus intentos por encontrar cobijo se convirtieron, el mismo lunes, en un laberíntico maratón a través de la ciudad del que acabaron por desistir. “Fui a la policía [tras la entrada], pero la policía dijo que debíamos ir con la Cruz Roja”, relata. “La Cruz Roja nos dijo que debíamos ir al CETI, donde nos dijeron que debíamos estar registrados por la policía”.
“Los criterios adoptados por Inclusión [hasta ahora] impiden la identificación de los perfiles de posibles solicitantes de asilo”, explica Patricia Fernández Vicens, abogada especialista en extranjería de la Coordinadora de Barrios, “primero debe hacerse la acogida”. “Además, las devoluciones”, añade, “tienen un efecto disuasorio del acceso al procedimiento [de solicitud de protección internacional] que hace la policía”.
Al menos 6.600 personas ya han retornado a Marruecos, algunas devueltas en caliente durante las jornadas más intensas de la crisis; otras, de forma voluntaria, y cientos, expulsadas desde el jueves tras practicarse redadas por toda la ciudad y en virtud de un acuerdo con Rabat. Según la abogada, al menos 21 personas con perfiles compatibles con posibles solicitantes de asilo han sido devueltas a Marruecos.
“Mucha gente fue a la nave [de El Tarajal] y han sido expulsados”, reivindica Hassan. “Te dicen que vayas allí y, luego, te llevan de vuelta a Marruecos”. Esa es la principal razón por la que ha preferido no regresar por los alrededores del paso fronterizo ni volver a acudir a la policía. “Todo es un poco decepcionante, esto no es lo que esperaba de Europa”, lamenta Frank, un joven de 21 años de Nigeria: “He acabado perdiendo todo en el mar, he pasado cinco días en la playa… Es devastador”. La ropa que pende mojada de la balaustrada en la pasarela sobre la arena se la han dado vecinos que han acudido a ayudar, también con bollería y agua, que amontonan a la sombra bajo las tablas. “Pensé que aquí había derechos humanos, por eso hemos asumido todo este riesgo”, concluye; “que cuando llegaras aquí, al menos tendrías la certeza de que ibas a estar bien y que todo tu sufrimiento durante tantos años no había sido para nada”.