La principal testigo del juicio de la viuda negra de Alicante identifica a los acusados como autores del crimen

La agente de Policía que presenció los hechos declara que intervino y controló a los presuntos asesinos

Concepción Martín, conocida como la viuda negra de Alicante, se sienta en el banquillo de la Audiencia Provincial este lunes.Pep Morell (EFE)

Las acusaciones del juicio de la conocida como viuda negra de Alicante han tratado de encajar este martes la pieza principal del rompecabezas. Encarnación Rico, la agente de la Policía Nacional que presenció el crimen, ha expuesto ante el jurado popular su versión, diametralmente opuesta a la de los acusados, ...

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Las acusaciones del juicio de la conocida como viuda negra de Alicante han tratado de encajar este martes la pieza principal del rompecabezas. Encarnación Rico, la agente de la Policía Nacional que presenció el crimen, ha expuesto ante el jurado popular su versión, diametralmente opuesta a la de los acusados, Concepción Martín, Conchi, y Francisco Pérez, su cuñado y cuidador. Rico ha sostenido que presenció el ataque, que intervino y que controló a los encausados con la única ayuda de su placa y un teléfono. “Lo único que me salvó fue plantarle la placa en las narices” a Francisco, cuando este “seguía acometiendo” a la víctima con un destornillador, asegura.

En el relato de la agente se apuntala la labor del Fiscal, que pide para Conchi y Francisco 30 y 28 años de prisión por el asesinato con ensañamiento y aprovechamiento de las circunstancias de lugar y tiempo, y parentesco en el caso de la mujer de José Luis Alonso, el camionero jubilado de 69 años con el que la acusada se acababa de casar apenas 20 días antes. Su testimonio es crucial y los letrados han buscado que fuera lo más detallado y directo posible.

Los hechos ocurrieron el 20 de agosto de 2018, en torno a las 22.00. Rico, fuera de servicio, paseaba junto a un amigo por la Cantera, una carretera que une Alicante con la playa de la Albufereta. En un momento dado, ambos se apoyaron en una barandilla para “hacer estiramientos”. Y unos gritos la alertaron. Fijó la vista unos metros más abajo, en un aparcamiento cercano, y descubrió que “una persona estaba chillando y otra, acometiéndola”, recuerda. “La víctima iba dando pasos hacia atrás, trastabillándose, hasta que al final cayó”. Mientras, una tercera persona, “una mujer con el pelo largo y rizado” se aproximaba andando hacia la escena del crimen.

“Lo que me dio la señal para intervenir”, señala la agente de la Policía Científica de Alicante, con más de 30 años de servicio, “además de los movimientos de la mano” del agresor, fueron “los gritos desgarrados” de la víctima. “Esos gritos no los da una persona que ha recibido un pescozón”, asegura, “eran de dolor y mucho miedo”. No dudó más. Emplazó a su amigo a que se quedara donde estaba y salió corriendo. Tardó cuatro o cinco minutos en llegar. Se cruzó con un par de vehículos que no levantaron sus sospechas. Y, al llegar a un murete, frenó para sobrepasarlo y plantarse junto a los agresores. “Me sorprendió que todavía siguiesen allí”, reconoce.

Al parecer, apenas se habían percatado de su presencia. “El hombre sigue acometiendo” y la mujer “agarra la cabeza” de la víctima. En ese momento, ya les ve las caras. Son Conchi y Francisco. “Cogí al hombre, lo enganché por un hombro y lo aparté de la víctima”, narra, “y vi que llevaba un destornillador en la mano”. La agente grita: “¡Hostias, lo habéis matado!”. Y la acusada, aún junto al cuerpo de su marido, le comenta que “era un borracho y que dos negros le habían pegado una paliza”.

Rico tira entonces de oficio. Enseña su placa, que fue lo que le salvó, a su juicio. Mantiene al mismo tiempo a un compañero al teléfono, para que lo escuche todo mientras llegan refuerzos. Conchi le pide que vayan a la furgoneta a por su silla de ruedas porque le duele la espalda. Y la agente aprovecha para trasladar a los sospechosos a un lugar más abierto, en el que no puedan arrinconarla. “Encajonarla”, en sus propias palabras.

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Mientras trata de salvaguardar su integridad, manteniéndose a una distancia segura de los dos agresores, procura centrarse en su trabajo, pese a que los presuntos autores del crimen no dejan de proferir “frases incongruentes”. “Ella me contaba que tiene una lesión de espalda y él, que está a punto de morir por un cáncer de pulmón”, asevera. Camina tras ellos, por lo que pierde de vista las manos del acusado, de las que desaparecen el arma utilizada, que se había clavado más de veinte veces en el cuello y el pecho de la víctima, según el forense, y unos guantes. Conchi, en cambio, sigue con unos guantes “profesionales” hasta su detención. Y, en todo momento, se muestra capaz de andar.

Mientras mantiene a raya a los presuntos asesinos, llegan sus compañeros motorizados. El primero “pasa de largo”, así que opta por hacer señales al conductor de la segunda motocicleta que escucha. “En ese momento, Francisco aprovecha para lavarse las manos con una garrafa” de agua. Trata de impedirlo. Los agentes alertados, tres al final, ya se aproximan. “Han sido ellos”, les grita. Los policías echan al acusado al suelo, lo esposan. Y también se encargan de poner los grilletes a Conchi. Una vez detenidos, Rico se aparta y espera la llegada de una ambulancia y de la comisión judicial. Nadie puede hacer nada por salvar a la víctima, que yace unos metros más allá, en un charco de sangre.

El juicio seguirá con más pruebas testificales y documentales hasta el viernes, en el que el magistrado que lo preside, José María Merlos, hará entrega al jurado del objeto del veredicto.

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