Opinión

¡Es la sanidad, estúpido!

El coronavirus ha mostrado con crudeza la precarización de nuestra sistema público de salud en su primer escalón, el de la asistencia primaria.

Centro de Atención Primaria de Picassent, durante unas pruebas de covid-19.Mònica Torres (EL PAÍS)

El consultor político James Carville fue en 1992 el estratega de la campaña electoral que convirtió en ganador al demócrata Bill Clinton frente al republicano George Bush padre. Carville aconsejó a su patrocinado centrar los esfuerzos discursivos en aquellos temas que, de manera preferencial, más inquietaban a los electores. El consultivo acuñó la frase “¡Es la economía, estúpido!”, asumida prontamente por la cultura política internacional como una fórmula sencilla para enfatizar qué es lo esencial en...

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El consultor político James Carville fue en 1992 el estratega de la campaña electoral que convirtió en ganador al demócrata Bill Clinton frente al republicano George Bush padre. Carville aconsejó a su patrocinado centrar los esfuerzos discursivos en aquellos temas que, de manera preferencial, más inquietaban a los electores. El consultivo acuñó la frase “¡Es la economía, estúpido!”, asumida prontamente por la cultura política internacional como una fórmula sencilla para enfatizar qué es lo esencial en circunstancias concretas: las cifras del desempleo en aquel año electoral estadounidense se habían disparado y eran las más elevadas desde principios de los 80.

Regresamos a la actividad cotidiana -sin habernos ido del todo, porque este que ya acaba ha sido un estío anómalo y amenazador- con la sanidad pública valenciana en aprietos. Sí, en plena pandemia, con las cifras de contagios por covid-19 al alza y multiplicándose a diario el número de brotes en la Comunidad Valenciana.

La voz de alarma nos llega mediante las quejas, denuncias y reivindicaciones hechas públicas por algunos de los principales actores sanitarios; verbigracia: los médicos de Asistencia Primaria y el colectivo de jóvenes Médicos Internos Residentes (MIR). ¿Recuerdan? Les aplaudíamos durante el estado de alarma todas las tardes, a las veinte horas, al son de Resistiré, canción convertida más de tres décadas después de su lanzamiento en himno oficial de la pandemia.

Los homenajeados agradecían las muestras de apoyo a su esfuerzo y entrega, pero sus portavoces advertían que no eran héroes, que no querían serlo, sino profesionales competentes que aspiraban a ejercer su labor en la condiciones adecuadas y con los medios precisos. Ahí está el meollo de la cuestión: ni unos ni otros disponen de los instrumentos adecuados ni del contexto apropiado.

No son nuevas las reivindicaciones y quejas escuchadas durante los últimos días. Sabemos que en el ámbito de la asistencia primaria confluyen disfunciones cronificadas que van desde la sobrecarga de trabajo a los salarios insuficientes, pasando por las jornadas agotadoras o las bajas que no se cubren y repercuten en el resto. La guinda es un clima cada vez más pendenciero que deriva en agresiones y amenazas de los pacientes, quienes, a su vez, se sienten desatendidos, ignorados y maltratados.

Los profesionales sanitarios valencianos llevan años exponiendo la situación. Así lo ha denunciado este semana el Foro de Médicos de Atención Primaria de la Comunidad Valenciana por boca de su portavoz, María Ángeles Medina. Culpó la doctora a la Conselleria de Sanidad de mostrarse “reiteradamente ciega, sorda y muda ante nuestras advertencias”.

Los que convivimos con jóvenes MIR, en periodo de formación para obtener la especialidad, sabemos, también, de su frustración al verse sometidos a un estrés y exigencias laborales que no se corresponden ni con su rango -están aprendiendo- ni con la nómina que perciben.

Todo ello nos lleva a emular al asesor de Clinton y decir en voz alta “Es la sanidad, estúpido”. El coronavirus ha mostrado con crudeza la precarización de nuestra sistema público de salud en su primer escalón, el de la asistencia primaria. Un primer escalón cuyo buen funcionamiento es imprescindible para que el resto del engranaje sanitario no derive en mayores disfunciones que desemboquen en colapso.

La alquimia de mezclar el miedo y la incertidumbre ante lo que pueda ocurrir en los próximos meses nos conduce a los ciudadanos a exigir una sanidad pública bien dotada, atendida por unos profesionales centrados en la ingente tarea que tienen por delante, ajenos a distracciones que deberían haber sido atendidas y resueltas hace meses; años, quizás.

Las cifras de la incidencia de la pandemia en la Comunidad Valenciana se alejan, por el momento, de los dramáticos registros alcanzados en otros puntos de la geografía española. Eso ha permitido a los responsables políticos del Gobierno valenciano exhibir un moderado discurso de optimismo y sacar pecho por lo bien que se han hecho aquí las cosas. Y es cierto. Nada que ver con la desastrosa gestión de la pandemia interpretada por otros gobiernos autonómicos como el catalán o el madrileño. Pero no estar entre los peores no te convierte en el mejor, ni tan siquiera te garantiza el aprobado.

Harvey Keitel, en su impecable interpretación del señor Lobo en el filme Pulp Fiction, dirigido por Tarantino, rebaja el triunfalismo y autocomplacencia de sus criminales colegas con una frase obscenamente demoledora: “Bueno, pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía”.

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