Análisis

Una política ondulante y a contracorriente

Cada vez que Álvarez de Toledo hablaba en una entrevista de la necesidad perentoria de un Gobierno de concentración, al PP de Casado y García Egea le salía un sarpullido

Cayetana Álvarez de Toledo, el lunes, frente a la entrada del Congreso.Ricardo Rubio (Europa Press)

Cada vez que Cayetana Álvarez de Toledo hablaba en una entrevista de la necesidad perentoria de un Gobierno de concentración en España, al PP de Pablo Casado y Teodoro García Egea les salía un sarpullido. Y no se quitaba fácil. Era lo que peor les sentaba de todos los versos libres que soltaba un personaje especial, peculiar, al que Casado acudió personalmente a fichar hace algo más de un año para dotar a su portavocía en el Congreso de un nivel diferente, que quería superior al del lodazal iletrado en que en muchas ocasiones se ha transformado la política. Álvarez de Toledo —y algunos miembro...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cada vez que Cayetana Álvarez de Toledo hablaba en una entrevista de la necesidad perentoria de un Gobierno de concentración en España, al PP de Pablo Casado y Teodoro García Egea les salía un sarpullido. Y no se quitaba fácil. Era lo que peor les sentaba de todos los versos libres que soltaba un personaje especial, peculiar, al que Casado acudió personalmente a fichar hace algo más de un año para dotar a su portavocía en el Congreso de un nivel diferente, que quería superior al del lodazal iletrado en que en muchas ocasiones se ha transformado la política. Álvarez de Toledo —y algunos miembros de su particular equipo, a los que Casado se empeñó también en rescatar personalmente, como el ahora polémico y relevado jefe de la asesoría jurídica de las Cortes, Gabriel Elorriaga— se sentía como “un salmón a contracorriente”, en el PP y en las Cortes. Una mujer independiente y sagaz contra el feminismo; un látigo contra Carmen Calvo y Pablo Iglesias, partidaria de gobernar con el PSOE más clásico. Una excolaboradora de Aznar que tenía que lidiar con las invasiones de competencias de García Egea.

La mayoría de los dirigentes populares reciben cada mañana un argumentario desde la sede central de Génova 13 con una ristra de mensajes a los que apenas les tocan las comas. A veces ni cambian la entonación. Una entrevista en cualquier medio les provoca pavor; en EL PAÍS entre susto y horror. A Álvarez de Toledo le parecían una oportunidad y un reto intelectual, ahora un auténtico anatema. Cuando terminó de grabar la charla publicada el pasado domingo, con varios desmarques contundentes sobre las tesis oficiales, pidió una revisión del texto, pero solo para cuidar la redacción. Agregó una “reflexión bonita” sobre la conveniencia, luego despreciada por Casado, de dar la batalla cultural a la izquierda desde la razón y hasta se permitió una corrección de sintaxis, eso sí, en una de las preguntas. Era así de sobrada antes, ya en la etapa frustrada en la que colaboró con Rajoy; ha sido así siempre con Casado, sin engañar sobre sus cualidades y defectos, sin contemplaciones amistosas ni ambiciones respecto a las peligrosas cuotas de poder internas. Un miembro de la ejecutiva actual de Casado lo resumía este martes de otra manera: “Con el jefe hay que empatizar siempre, no desautorizarle”.

La disputa recurrente durante este periodo entre el secretario general, Teodoro García Egea, y Álvarez de Toledo no ha sido por una prevalencia ideológica, tampoco una reedición de la tópica contienda entre duros y blandos, moderados y agresivos, en las formas de ejecutar la oposición. No se conoce en ese sentido una aportación relevante en el pensamiento del secretario general. No es su función. Su tarea es tener al PP a punto, controlar y coordinar las organizaciones territoriales y los grupos, engrasar los equipos, y hacer de parapeto ante los problemas para que no lleguen al jefe. Un buen número de barones territoriales y dirigentes relevantes del PP cuestionan esas tareas y los resultados de García Egea, pero lo hacen en privado, desde el anonimato.

Álvarez de Toledo no tiene reparos en evidenciar sus diferencias en público, se enfrentó al secretario general a finales de julio en un encuentro entre ambos para resolver sus diferencias y se las cantó luego a la cara a Casado, sin remilgos ni eufemismos. Estaba dispuesta a fajarse contra Rajoy, Casado, Egea, Feijóo, Moreno o Alonso por imponer su manera de entender la acción política de la oposición, no por acumular cargos ni situar a sus huestes en las mejores posiciones de poder. En el Grupo Popular en el Congreso presumía de dejar intervenir a los portavoces sectoriales por su preparación o nivel, ajena a si procedían del marianismo, sorayismo o casadismo. Sus críticos le achacan, sin embargo, su sectarismo en favor de las tesis más aznaristas y atlantistas de la FAES, su falta de flexibilidad para negociar nada con el PSOE, con sus socios de Podemos y con los nacionalistas, y sus problemas para asumir las directrices del mando. Ella lo que no acepta es su cercanía a Vox, sí a Ciudadanos.

Casado, que fue portavoz del PP de Rajoy en la peor época de sus casos de corrupción y el que debía partirse la cara por él en los platós de televisión, ahora ya no soporta tan bien a los divergentes. Le achacó el lunes a Álvarez de Toledo que cuestionase en EL PAÍS su autoridad. La etiquetó como una indisciplinada cualquiera. Álvarez de Toledo defiende que las opiniones discrepantes deberían ser posibles dentro de los partidos como algo necesario, obligado y natural, aunque luego sea corrosiva con los portavoces de otras formaciones que le lleven la contraria.

En su currículo de Twitter se ha fijado un lema que es vital, literario y filosófico: “La vida es ondulante”. La frase proviene de una cita de Michel de Montaigne, a través de la interpretación de Josep Pla, que pretende alertar del error de generalizar sobre la vida, los hombres y la realidad: “El hombre es sin duda un tema maravillosamente inútil, diverso y ondulante. Resulta complicado fundamentar juicio constante y uniforme en él”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En