Opinión

Nuevo presupuesto autonómico a instancias de Bonig

Urge para la Comunidad Valenciana un programa político de estabilidad y cooperación que aúne a todas las fuerzas

La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig.MÒNICA TORRES

Dos abrazos sellaron el compromiso de Ximo Puig y Mónica Oltra de afrontar juntos una nueva legislatura autonómica, la segunda desde el primer Pacto del Botánico suscrito cuatro años antes. El jueves pasado se cumplieron diez meses de los simbólicos estrujones que renovaron los votos de colaboración entre el PSPV-PSOE y Compromís. Unidas Podemos sancionó el enlace, comprometida la organización de Pablo Iglesias en favorecer su viabilidad.

Sin las medidas de distanciamiento social impuestas por...

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Dos abrazos sellaron el compromiso de Ximo Puig y Mónica Oltra de afrontar juntos una nueva legislatura autonómica, la segunda desde el primer Pacto del Botánico suscrito cuatro años antes. El jueves pasado se cumplieron diez meses de los simbólicos estrujones que renovaron los votos de colaboración entre el PSPV-PSOE y Compromís. Unidas Podemos sancionó el enlace, comprometida la organización de Pablo Iglesias en favorecer su viabilidad.

Sin las medidas de distanciamiento social impuestas por la pandemia, presidente y vicepresidenta del Consell estrecharon sus humanidades en la sede de las Cortes Valencianas, antes y después del discurso de Puig en el debate de investidura. La reivindicativa intervención del Presidente de la Generalitat concluyó con una cita premonitoria de Alejandra Soler, hija predilecta de Valencia y maestra republicana: “Darlo todo para ir hacia adelante. El mundo tiene que ser mejor”. Desde su escaño, Oltra atendió al discurso presidencial sin olvidar -perdonar siempre, olvidar nunca, Lluís Llach dixit- el gesto que había vivido como una gran deslealtad: la decisión de Puig de adelantar las elecciones autonómicas para hacerlas coincidir con los comicios generales. La crisis pandémica y su presidencialista gestión -una entiende que acertada- han agudizado las desconfianzas y añadido metros de distancia a una separación que ya lucía perfil abismal.

Seis meses después de aquel primaveral domingo de junio, las Cortes Valencianas aprobaban los Presupuestos de la Generalitat para 2020. Cifrados en 16.970 millones de euros, las cuentas autonómicas contaron con los votos a favor de los tres partidos del Gobierno valenciano -PSPV-PSOE, Compromís y Unidas Podemos-, y en contra del PP, C’s y Vox. En aquel momento las autoridades de Wuhan (China) ya habían reportado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) un brote de neumonía de origen incierto que nos ha conducido hasta el momento actual: hoy domingo, el Consell, de común acuerdo con todos los partidos de la oposición, ha decretado luto oficial en la Comunidad Valenciana en señal de respeto y recuerdo a las 20.000 víctimas de la pandemia y sus familias. Las cotidianas divergencias impuestas por la batalla política de baja estofa, tabernaria, han sido superadas merced a un virus. Permanecen latentes, aunque silenciadas.

El presidente francés, Emmanuel Macron, se ha remontado a la I Guerra Mundial -la Gran Guerra- para apelar en esta crisis a la “unión sagrada”. El conflicto bélico provocó en Francia la convergencia de todos los partidos políticos en el momento de apoyar la guerra contra Alemania. Esa comunión o hermandad política se denominó “unión sagrada”. Fue un paréntesis en la historia de nuestros vecinos galos, pero sirvió.

La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig, reclamó el jueves pasado otro paréntesis para hacer frente al escenario cuando el confinamiento empiece a aligerarse y toque lidiar con la crisis económica derivada del coronavirus. Su propuesta es elaborar y aprobar un nuevo presupuesto autonómico con vigencia para lo que resta de legislatura, sin obviar que la crisis sanitaria puede recrudecerse cuando el otoño se asome al calendario. No me parece un planteamiento errado: las prioridades reflejadas en los presupuestos aprobados en diciembre han sido superadas por las consecuencias de la pandemia, que ha impuesto otras nuevas. La primera, garantizar la asistencia sanitaria, sin triajes en función de la edad, y su correcta dotación en bienes, equipos y capital humano. La segunda, rediseñar el modelo sociosanitario de residencias de la tercera edad, cuya eficacia se ha mostrado insuficiente e insolvente en esta crisis. No me imagino a ningún responsable político valenciano negando ambas prioridades. Si lo hay, que dé la cara y explique sus reticencias.

Urge para la Comunidad Valenciana un programa político de estabilidad y cooperación que aúne a todas las fuerzas políticas y agentes sociales. Aunque no se llame “unión sagrada”. Basta con que garantice la tregua temporal hasta que la curva de la recuperación tenga el perfil que todos deseamos: el de la letra “v”. Las batallas políticas tendrán tiempo para dirimirse, dentro y fuera del Consell, cuando la salud y el bienestar de los ciudadanos no estén amenazados.

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