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Al refugio del calor entre valles, cascadas y ríos navarros

En Navarra no hay playa. Ni falta que hace. En esta región de contrastes, la naturaleza es la solución perfecta para disfrutar de un merecido descanso a otro ritmo. Unas vacaciones sin aglomeraciones y al aire libre, con planes alternativos al chiringuito junto al mar, donde la gastronomía, la aventura, el deporte y el patrimonio son protagonistas

La Selva de Irati, con más de 17.000 hectáreas, no solo es magnética en otoño. El verde de los bosques y las temperaturas agradables se agradecen también en verano.

Al norte de España, entre valles de alta montaña y las huertas generosas que se suceden a lo largo de la ribera del Ebro, se encuentra un destino ideal para desconectar por unos días lejos de la asfixia veraniega. Un lugar donde el color verde de los bosques y las temperaturas agradables acompañan al viajero, y en el que la comida (y la bebida) adquieren la categoría de arte. Aquí no suele ser necesario el aire acondicionado para dormir a pierna suelta, y no está de más tener a mano una manta cuando se acerca la noche.

Hay tantos planes para disfrutar de unas vacaciones diferentes en Navarra que resulta difícil empezar por uno en concreto. Porque en esta región, la naturaleza habla por sí misma. De norte a sur, el sonido de ríos, fuentes y embalses invita a darse un chapuzón para refrescarse y proseguir la ruta entre pueblos pintorescos y bosques frondosos. Algunas paradas son casi obligadas, como en la Selva de Irati, con más de 17.000 hectáreas que conservan uno de los hayedos más espectaculares de Europa.

De norte a sur, el sonido de ríos, fuentes y embalses invita a darse un chapuzón para refrescarse (aunque en el nacedero del Urederra no está permitido) y proseguir la ruta entre pueblos pintorescos y bosques frondosos.

Hacia el sur, el verde intenso de los árboles deja paso al ocre del parque natural de las Bardenas Reales. Sus formaciones de aspecto lunar recuerdan a parajes alejados de este planeta. Nada que ver con otros espacios como el Bosque de Orgi, los robles milenarios de Etxarri Aranatz o el parque del Señorío de Bertiz. Aunque más desconocidos, merecen una visita.

El paisaje es cautivador en las impresionantes Foces de Lumbier y Arbaiun, con sus cañones naturales en los que habitan multitud de rapaces en su parte más alta. A ras de tierra, los embalses de Leurtza son la alternativa ideal al verano de sol, playa y multitudes. Otra posibilidad es sumergirse en el embalse de Alloz, con sus aguas turquesas en las que bañarse o practicar deportes acuáticos como windsurf, vela, o dar un paseo en barco de vela.

El paisaje es cautivador en las impresionantes Foces de Lumbier y Arbaiun, con cañones naturales en los que habitan multitud de rapaces en su parte más alta

Ruta de valle en valle

Ese encanto tan especial prosigue por los valles navarros. Dos son muy conocidos, el Valle de Baztan y, más al norte, ya en los Pirineos, el de Roncal. Otros, en cambio, son más discretos pero igual de encantadores (Arce, Salazar y Aezkoa). Sus pueblos, perfectamente integrados con la naturaleza y el entorno que les rodea, están repletos de monumentos y calles con siglos de historia, alojamientos singulares, tradiciones muy vivas y una gastronomía de calidad, como la que se encuentra en muchos establecimientos de Navarra. Porque en esta tierra, la buena comida y el buen vino son una cosa seria.

Existen multitud de sendas perfectamente preparadas y señalizadas para pedalear sobre la bici que discurren por tramos del Camino de Santiago o por La Vía Verde del Plazaola, que comparte un camino con la Eurovelo 1.

Las verduras, saludables y sabrosas, son una de las joyas de la corona: alcachofas, espárragos, borraja, pimientos, cardo, menestra… No es el único tesoro que espera en la mesa. Lo mismo sucede con las carnes de caza, las chuletillas de cordero, los chuletones. O con la txistorra, los quesos, los vinos, las conservas… Una opción más informal de saborear estas delicias es probarlas en forma de pinchos, muy arraigados en esta región. O acercarse a los asadores y sidrerías, donde se respira un ambiente muy particular y acogedor.

Con las pilas recargadas después de una buena comida, el camino puede proseguir (a pie o en bicicleta) por alguna de las Vías Verdes que atraviesan sus bosques y montañas: la del Bidasoa, la Vía Verde del Plazaola, la del Irati… Una manera sostenible y saludable de practicar turismo y de conocer rincones recónditos. Existen multitud de sendas perfectamente preparadas y señalizadas para pedalear sobre la bici que discurren por tramos del Camino de Santiago o por el itinerario Eurovelo 1.

Tampoco faltan en este viaje el arte, la cultura y los monumentos en forma de monasterios, castillos y fortalezas. Desde el Castillo de Javier, el Palacio Real de Olite y la Colegiata de Roncesvalles, en los que se respira un ambiente medieval, a la iglesia-fortaleza de Santa María de Ujué y el Monasterio de Fitero, la historia y el patrimonio arquitectónico impregnan cada pueblo y cada ciudad. Y, por supuesto, las calles de Pamplona, con sus murallas, el casco histórico, la catedral y las fiestas de San Fermín en el imaginario colectivo. La capital de una tierra que siempre sorprende.

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