Doce kilómetros de arte en Nantes

Un tobogán rodea el castillo medieval y la Place Royale reúne 700 esculturas. Hasta finales de agosto, la ciudad francesa invita a descubrir más de un centenar de intervenciones artísticas en sus calles

Instalación 'Reconstituer', en la Place Royale de Nantes (Francia).Martin Argyroglo

En su empeño por ser diferente, Nantes ha dado al director artístico y agitador urbano Jean Blaise licencia para crear. Blaise tiene toda la ciudad a su disposición para experimentar sin cortapisas, con presupuesto público y cierta complicidad de la población. Lleva más de treinta años cambiando el paisaje cultural de la capital del departamento de Loira Atlántico, los últimos ocho al frente de...

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En su empeño por ser diferente, Nantes ha dado al director artístico y agitador urbano Jean Blaise licencia para crear. Blaise tiene toda la ciudad a su disposición para experimentar sin cortapisas, con presupuesto público y cierta complicidad de la población. Lleva más de treinta años cambiando el paisaje cultural de la capital del departamento de Loira Atlántico, los últimos ocho al frente de El viaje a Nantes, un catálogo de sorpresas de arte contemporáneo que se despliega cada verano. Blaise invita a escultores, pintores, arquitectos, directores de escena, algún jardinero, artistas en general, a repartir por las calles sus obras, instalaciones y propuestas ingeniosas. La idea es que, acabado el viaje, algunas de ellas se queden para siempre y pasen a engrosar una peculiar colección de arte urbano que cuenta ya con 110 obras (28 nuevas). Todas se pueden visitar siguiendo una línea verde que recorre la localidad marcando todo lo que es digno de ver, que es mucho, a tenor de los 12 kilómetros de su longitud.

Cova Fernández

Nantes, con poco más de 300.000 habitantes, ha visto en el arte contemporáneo su motor turístico y se ha entregado a él sin prejuicios. No hay edificio, monumento o plaza, por emblemáticos que sean, que queden a salvo de las audacias realizadas en el nombre de la vanguardia siempre que “causen asombro, hagan sonreír o sirvan para algo”, según las tres reglas básicas de Blaise. Esos tres principios pueden justificar, por ejemplo, que las murallas del espléndido castillo que los duques de Bretaña construyeron hace seis siglos estén ceñidas por un tubo de acero. Lo llaman Paisaje deslizante y se trata de un tobogán de 50 metros por el que uno puede descender (gratis) desde la Torre de los Españoles hasta el foso de la fortaleza. Una singular forma de recorrer la historia y disfrutar del arte.

Uno de los nidos de madera del artista Tadashi Kawamata repartidos por la ciudad. Martin Argyroglo

Este año tampoco se salva de la intervención artística otro icono de la ciudad francesa, el edificio de la antigua fábrica de galletas LU. El mismo Jean Blaise lo transformó en 2000 en un centro de exploración artística y espectáculos alternativos con hamán incluido, una prueba más de la feliz convivencia de lo clásico y lo contemporáneo. Mantuvo las iniciales LU y las aprovechó para rebautizarlo como el Lugar Único. Ahora, el artista japonés Tadashi Kawamata se ha adueñado de su cúpula para añadirle una estructura con tablones en forma de nido de golondrina. Los nidos de madera de Kawamata son la estrella de El viaje a Nantes de este año. Los ha repartido por árboles, farolas y tejados y ha convertido el más grande en un mirador visitable a 20 metros de altura sobre el estuario del río Loira, con vistas a la Isla de Nantes, la zona que define como ninguna otra la colosal transformación de la ciudad. Donde estaban los viejos astilleros, centro industrial de la ciudad, devorados por la crisis en la década de 1980, se levanta el barrio de la creación, con escuelas de artes, diseño y arquitectura ubicadas en edificios que compiten en originalidad, a veces justificada: si hay un autocar incrustado en la fachada de la escuela de música es porque era un antiguo estudio de grabación que sigue manteniendo su función desde la altura de un cuarto piso.

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Tampoco se libra el señorial barrio de Graslin, cuya arquitectura refleja el apogeo de la ciudad durante los siglos XVIII y XIX. El artista francés Stéphane Vigny ha repartido por la Place Royale 700 esculturas que replican la estética kitsch de los jardines burgueses. En la plaza de Graslin, un reloj humano de péndulo se dispone a dar “todas las horas del día y de la noche” junto al edificio de la Ópera y el restaurante La Cigale (como la cigarra del cuento), una joya del art nouveau abierta en 1895.

'Paisaje deslizante', el tobogán instalado en el castillo de los duques de Bretaña en Nantes.Martin Argyroglo _ LVAN

Un patito de goma gigante

Las propuestas de El viaje a Nantes se cuelan también en hoteles (algunos ceden habitaciones para ser redecoradas) y en los escaparates y rótulos de los comercios. Ahora, un sex shop se anuncia con un patito de goma gigante colgado en la fachada; la tienda de los muy típicos caramelos rigolettes, con una desproporcionada dentadura de colores, y la carnicería del barrio medieval, con conejos y cerdos con tupé. Una farmacia ofrece tomarse la temperatura acercando la frente a una caja metálica y comprobar el resultado en la cruz verde luminosa. Es irreprochable que la tercera de las reglas de Bloise, la de que al menos las obras sirvan, aquí se cumple.

Como también en las zonas recreativas nada convencionales repartidas a lo largo de la línea verde y que obligan a los usuarios a inventar reglas de juego. Hay un campo de fútbol en forma de banana, mesas de pimpón entrelazadas para disputar partidas simultáneas, una cancha de baloncesto con seis canastas colgadas de un mismo mástil, pequeñas camas elásticas escondidas en cráteres en medio de una superficie lunar…

El parque infantil inspirado en el espacio 'On va marcher sur la lune', obra instalada por Detroit Architectes en el Parc des Chantiers en el Voyage à Nantes 2016.Franck Tomps _ LVAN

“Nantes está educando en la contemporaneidad”, presume desde sus folletos. Es el resultado de tres décadas de una colosal transformación urbana que surgió como respuesta al declive de los astilleros y la pérdida de su motor económico. No es casual que por entonces echara a andar también el Centro para la Investigación y el Desarrollo Cultural (el nombre lo dice todo) ni que este lo dirigiera un treintañero llamado Jean Blaise, un hombre al que todo Nantes conoce como Monsieur Cultura.

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