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12 pueblos para perderse en Francia

Aldeas recónditas, tranquilos espacios naturales y los paisajes donde veraneaba Renoir. Enclaves para disfrutar del encanto francés sin aglomeraciones

A Le Crotoy, pueblo de pescadores en la bahía de Somme, al norte de Francia, se viene a disfrutar, sobre todo, de su ambiente distendido y de las panorámicas fabulosas. Julio Verne escribió 'Veinte mil leguas de viaje submarino' (1870) cuando vivía aquí. La bahía es famosa por sus mareas y por las focas que holgazanean en los bancos de arena de la Pointe du Hourdel, uno de los estuarios más amplios del norte francés. Se puede explorar en barco, kayak, canoa hawaiana y, con bajamar, incluso a pie (con un guía).Ivonne Wierink (Getty)
El inmenso bosque bretón de Paimpont, apartado del bullicio de la costa, es ideal para cargar las pilas. Situado al suroeste de Rennes, es el legendario emplazamiento de Brocelandia (tourisme-broceliande.bzh), el lugar donde el rey Arturo recibió su espada mágica, 'Excálibur', de manos de la Dama del Lago. Aunque algunos ponen en duda esta leyenda, para muchos es un lugar mágico, repleto de historias medievales. El pueblo de Paimpont, a orillas del lago homónimo, es la mejor base para explorar el bosque.jessica hyde (Getty)
Uno de los rincones más sorprendentes de Francia son las marismas de Poitou (Marais Poitevin), un laberinto de verdosos canales y pintorescos pueblos declarado parque natural. Accesible desde Poitiers, este plácido humedal repleto de aves, conocido como 'la Venecia verde', alcanza los 800 kilómetros cuadrados de expansión, entre ciénagas húmedas y secas, bosques surcados por canales que se pueden navegar y carriles bici. Hay dos entradas principales para recorrerlos: los pueblos de Coulon y Arçais, a lo que se puede llegar en vehículo propio.Andia (Getty)
El valle de Aspe se mantiene ajeno al siglo XXI. El más occidental de los valles pirenaicos franceses ha sido una importante vía de comunicación desde que transitaran por él las legiones de Julio César. Durante la Edad Media se convirtió en una de las principales rutas de los peregrinos del Camino de Santiago y actualmente cuenta con unos 3.000 habitantes en los 13 pueblos que salpican el valle, uno de los confines más apartados del Pirineo francés. Desde la pequeña localidad de Oloron-Ste-Marie, en el extremo septentrional, la carretera sigue el curso del río Aspe durante 50 kilómetros hasta llegar a la frontera, pasando antes por los pueblos de Sarrance, Bedous, Accous, Cette-Eygun y Etsaut.Jean-Paul Azam (Getty)
Los pintorescos pueblos de Ota y Evisa (en la imagen), sobre las colinas de Porto, en la costa occidental de Córcega, son perfectos para una excursión de un día. Aunque Ota forma parte de la misma municipalidad que Porto, es muy diferente: tranquilo, montañoso e impasible al flujo de turistas. Algo más arriba, Evisa es un paraíso para el senderismo. El pueblo ofrece varias rutas de larga distancia y tiene un flujo regular de andarines entre abril y octubre. También es conocido por sus castañas, de las que se obtiene harina, mermelada y dulces. El hermoso e informativo Sentier des Châtaigniers atraviesa algunos de los castañares del pueblo.getty images
Excelente excursión de un día desde Lyon, a unos 30 kilómetros de distancia, Pérouges será reconocido por los más cinéfilos: este fotogénico pueblo ha sido set de rodaje de muchas películas de época, como 'Los tres mosqueteros'. Vale la pena desafiar a las oleadas veraniegas de visitantes para recorrer sus empedrados callejones, admirar las casas con entramado y ver el árbol de la libertad (plantado en 1792) en Place de la Halle, antes de devorar unas 'galettes' de Pérouges (tortas calientes de azúcar) con sidra.GREGORY DUBUS (Getty)
Dicen que es el más bonito de los centros vinícolas de la costa Atlántica: un pueblo medieval, patromonio mundial, rodeado de viñedos famosos por los tintos oscuros y con cuerpo que producen. Es parada de peregrinos desde hace siglos y pese a los turistas, merece la pena recorrer los 40 kilómetros que lo separan de Burdeos para experimentar, sobre todo, el mágico momento de la puesta de sol, cuando los edificios de peidra caliza brillan con una aureola de matices dorados. Desde su Torre del Rey (restos de un torreón del siglo XIII) se puede contemplar una vista panorámica de 360º del pueblo, el río Dordoña y su bucólico valle.Peter Burnett (Getty)
A los pies de los Pirineos, el pueblos de St-Jean Pied de Port fue durante siglos –y todavía lo es– la última parada en Francia para los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela; la frontera española está a solo ocho kilómetros. Probablemente veremos a más de uno caminando por la Rue de la Citadelle, la empedrada calle principal. Su ciudad amurallada, coronada por una robusta ciudadela, se conserva maravillosamente. El pueblo constituye una magnífica excursión de un día desde Bayona, sobre todo los lunes, día de mercado.Peter Burnett (getty)
Oficialmente, este pueblo saboyano es uno de los más bonitos de Francia. Cubierto de glicinias, está en un enclave envidiable junto a la orilla del lago Leman, a 16 kilómetros de Thornon. De su pasado como pueblo pesquero y fortificado a principios del siglo XIV quedan torrecillas y viejas casas de piedra. A la sombra del castillo del siglo XIV, y cercado por muros, el Jardín de los Cinco Sentidos (jardin5sens.net) está diseñado para que todo el mundo disfrute. Hay un laberinto, actividades infantiles y más de cien especies de plantas.S. Bordier (Getty)
Los habitantes de este rincón de la Provenza, entre viñedos y campos de lavanda, todavía se toman su tiempo para disfrutar de la vida, la comida y el vino. De Cavaillon a Maosque, cada pueblo tiene su propio mercado semanal, con puestos de productos locales, como aceite de oliva, miel y lavanda. La principal ciudad de Luberon es Apt, pero es realmente al norte donde se pueden ver los pueblos más bonitos, con viviendas de piedra en forma de colmena y una impresionante abadía cisterciense en un radio de pocos kilómetros. Por ejemplo, los pueblos de Gordes (en la foto), Rousillon, lleno de talleres de artistas y ceramistas, o St-Saturnin-lès Apt, un agradable enclave de calles adoquinadas con tiendas, cafés y panaderías.SIMON DANNHAUER (Getty)
Desde este impresionante pueblo en alto podremos disfrutar de amplias panorámicas de la Costa Azul, en la llamada Moyenne Corniche, una de las tres corniches que separan Niza de Mónaco; un trío de carreteras costeras aferradas vertiginosamente a los acantilados, cada una a mayor altura que la anterior. Èze, medieval y encaramado sobre un risco, y para muchos es la joya de la corona de la costa Azul, invita a recorrer sus sinuosas callejas, repletas de galerías y tiendas. Las mejores panorámicas se consiguen desde el Jardin Exotique d’Èze.Gwenvidig (Getty)