Bodas en familia

Para qué andarse con chiquitas. Lo que el matrimonio Roca-Barber quería para sus fines de semana era una masía sin blasón en una aldea no blasonada. Eso sí, con almenas, ajimeces, callejas interiores y las suficientes hectáreas de campo como para olvidarse del tráfago urbano de Barcelona. Su destino no los llevó muy lejos: Castelladral, entre Montserrat y el Cadí, a poco más de una hora de la capital catalana.

Originaria del siglo XVII, aunque durante las obras aparecieran vestigios medievales, la masía gozaba del pedigrí histórico y poseía las dimensiones requeridas para el turismo rur...

Para qué andarse con chiquitas. Lo que el matrimonio Roca-Barber quería para sus fines de semana era una masía sin blasón en una aldea no blasonada. Eso sí, con almenas, ajimeces, callejas interiores y las suficientes hectáreas de campo como para olvidarse del tráfago urbano de Barcelona. Su destino no los llevó muy lejos: Castelladral, entre Montserrat y el Cadí, a poco más de una hora de la capital catalana.

Originaria del siglo XVII, aunque durante las obras aparecieran vestigios medievales, la masía gozaba del pedigrí histórico y poseía las dimensiones requeridas para el turismo rural y, sobre todo, las celebraciones matrimoniales. Así es que no perdieron el tiempo y habilitaron lo necesario para acomodar a las más de 300 personas que pueden congregar unos esponsales de alcurnia para una fiesta sin causar molestias a los huéspedes de sus ocho únicos dormitorios.

Albert Roca tiene estipuladas periódicamente unas jornadas de puertas abiertas en las que los novios pueden visitar todas las instalaciones. El orden es meticuloso, perfecto, a cargo de su mujer, Montse Barber. Núria, su hija, organiza el plan comunicacional del evento. Su yerno, Carles, pone la música. Todos los servicios de banquetería se subcontratan con las empresas designadas por los novios, asistidos por la familia propietaria desde la confianza que otorga una finca cuidada y un escenario de celebración imponente: 600 metros cuadrados íntegramente excavados en la roca, invisibles desde cualquier rincón de la finca, con grandes vidrieras panorámicas sobre la sierra de Montserrat.

Quienes llegan hasta aquí sin ninguna intención de contraer matrimonio cuentan además con el aliciente de disfrutar plenamente de otros rincones secretos de la masía, donde antaño se realizaban las actividades agrícolas. La vieja almazara, convertida en biblioteca y salón de lectura. El pajar anexo, habilitado como restaurante. La alacena, donde se ofrecen reparadores masajes. La bodega, verdadera pieza de museo.

Los Roca-Barber se entregan con generosidad al huésped y le descubren en estas entretelas algunos tesoros culturales o gastronómicos de la región. De muestra, el botón siempre esclarecedor de los desayunos: panes horneados en casa, dulces o salados; galletas caseras, ensaimada o coca típica de la comarca; mel i mató, fuet y butifarra; mermeladas de berenjena, tomate o zanahoria; huevos de corral, a elección.

¿Nos casamos?