Columna

Stille Nacht

No sé qué es peor, si el silencio pío y culposo de los nórdicos, o la bulla de los españoles

Una familia cena en Nochebuena, en una imagen de archivo.

Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad, de modo que olvidemos de momento la sólida maceta de cactus que nos va a caer sobre el occipucio este próximo año. Aguantaremos. ¿En silencio o aullando?

Hoy debiera ser noche de paz y silencio, según rezan las canciones de los países luteranos. En el nuestro, por el contrario, en Nochebuena se le pide a la prójima eso de “saca la bota, María, que me voy a emborrachar”. Ni en Navidad tiene nuestro país paz y silencio, aunque sí enjambres de borrachos gritando su desesperación goyesca. No sé qué es peor, si el silencio pío y culposo de los nór...

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Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad, de modo que olvidemos de momento la sólida maceta de cactus que nos va a caer sobre el occipucio este próximo año. Aguantaremos. ¿En silencio o aullando?

Hoy debiera ser noche de paz y silencio, según rezan las canciones de los países luteranos. En el nuestro, por el contrario, en Nochebuena se le pide a la prójima eso de “saca la bota, María, que me voy a emborrachar”. Ni en Navidad tiene nuestro país paz y silencio, aunque sí enjambres de borrachos gritando su desesperación goyesca. No sé qué es peor, si el silencio pío y culposo de los nórdicos, o la bulla de los españoles.

En tiempos de Franco, las injusticias eran brutales, la represión, asfixiante, las leyes, criminales, pero nadie atendía en verdad a los discursos oficiales, nadie participaba de las palabras del Régimen a menos que estuviera sometido a un sueldo. El aspecto de las autoridades, cubiertas por pesados gabanes grises y sombreros con horma de hierro, un equipaje similar al de la plaza Roja de Moscú, no interesaba más que a una parte de la población emparentada con los cabecillas. Así que el silencio de los fantasmas, vasallos del dictador, envolvía y congelaba como estatuas de hielo a las autoridades. En cambio, en los barrios obreros la borrachera era un alivio ante el hastío de una fiesta sin más horizonte que el muro ciego de policías y obispos.

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En tiempos de Franco lo peor, sin embargo, no eran las leyes o la represión; lo peor era la estulticia que sudaba la vida cotidiana como un gas venenoso, la intolerable sandez de cuanto tenía relación con la vida nacional, oficial e institucional. Es posible que nos vayamos acercando a aquel tedio nacionalista, de modo que puede usted elegir por sí mismo: silencio o curda.

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