Columna

Emérita

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio y desde luego si alguien no se ha movido del suyo es ella

La Reina Sofía, en la entrada de la clínica Quirón. Victor J Blanco (GTRES)

Una anciana señora va a ver a su anciano esposo al hospital donde a él le están puenteando las venas para vadear su último tramo. Lo normal si no se supiera que es, o era, un matrimonio roto y no precisamente por su lado. Ahí está ella, sin embargo, donde considera su sitio. Junto al lecho del dolor del hombre al que juró fidelidad vitalicia y con el que engendró a sus hijos hace medio siglo. En los últimos meses se les ha visto juntos por gusto más veces que por obligación en los últimos lustros. Una pareja de octogenarios viendo animada un partido de tenis, asistiendo compungida al funeral d...

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Una anciana señora va a ver a su anciano esposo al hospital donde a él le están puenteando las venas para vadear su último tramo. Lo normal si no se supiera que es, o era, un matrimonio roto y no precisamente por su lado. Ahí está ella, sin embargo, donde considera su sitio. Junto al lecho del dolor del hombre al que juró fidelidad vitalicia y con el que engendró a sus hijos hace medio siglo. En los últimos meses se les ha visto juntos por gusto más veces que por obligación en los últimos lustros. Una pareja de octogenarios viendo animada un partido de tenis, asistiendo compungida al funeral de un exministro, disfrutando de una regata de verano. Citas a las que ella, consorte emérita de un monarca jubilado, podía no haber ido sin dar más explicaciones. Si está a su vera será porque quiere y no seré yo quien lo dude, aunque lo entienda solo a medias.

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio y desde luego si alguien no se ha movido del suyo es ella. Cuando el divorcio no es una opción ni siquiera, o sobre todo, para una misma, caben pocas salidas y ella ha escogido la suya. La anciana hija de rey, hermana de rey, esposa de rey, madre de rey y abuela de posible futura reina lleva media vida haciendo de tripas corazón y viceversa por los suyos. Tragando sapos y culebras dentro y fuera de casa con la misma majestad con que lleva a sus nietos al circo. Nada insólito en una mujer tan conservadora como para llevar el mismo peinado desde niña. Por eso conmovía aún más verla acudir a la cabecera del marido pródigo cuando ya no hace falta disimular nada ante nadie. ¿Afecto genuino, sentido del deber, reivindicación de la propia figura, calma tras la tormenta? Qué sabe nadie. “No quiero molestar”, dijo ella misma a los periodistas para justificar que no fuera a ver a su esposo a diario, y con eso decía lo que callaba. De las imágenes del verano, elijo esa. Más que mil palabras, vale una novela.

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