Columna

Desconcierto imperial

A Trump le debe estar rondando por la cabeza un desconcierto parecido al de Augusto: es increíble que esas tribus de Venezuela se empecinen en no sublevarse contra el tirano Maduro

Nicolás Maduro en una imagen de archivo.MARVIN RECINOS (AFP)

Estamos a finales del primer siglo antes de Cristo y en Roma gobierna Augusto. Es el tiempo de las guerras cántabras, en las que el Imperio romano quiere someter y esclavizar a las tribus que vivían en parte de la cornisa cantábrica. Esas guerras duraron diez años, del 29 al 19 a. C. Fueron tan complicadas para los romanos que el propio Augusto viajó hasta el lugar para dirigir las operaciones. Cuentan los historiadores que en una reunión con sus generales, Augusto se mostró desconcertado por la actitud de sus adversarios: era increíble que estas tribus se resistieran tan obstinadamente a reci...

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Estamos a finales del primer siglo antes de Cristo y en Roma gobierna Augusto. Es el tiempo de las guerras cántabras, en las que el Imperio romano quiere someter y esclavizar a las tribus que vivían en parte de la cornisa cantábrica. Esas guerras duraron diez años, del 29 al 19 a. C. Fueron tan complicadas para los romanos que el propio Augusto viajó hasta el lugar para dirigir las operaciones. Cuentan los historiadores que en una reunión con sus generales, Augusto se mostró desconcertado por la actitud de sus adversarios: era increíble que estas tribus se resistieran tan obstinadamente a recibir y disfrutar los beneficios del Imperio.

Es decir, para Augusto, el Imperio no conquistaba, destruía, esclavizaba, sometía, sojuzgaba. El Imperio era una panacea que llevaba bienestar, progreso, orden, ciencia, cultura y felicidad a los pueblos conquistados por sus legiones. Pues bien, a Trump le debe estar rondando por la cabeza un desconcierto parecido al de Augusto: es increíble que esas tribus de Venezuela, a las que estamos sometiendo a unas privaciones salvajes, se empecinen en no sublevarse contra el tirano Maduro, se resistan a que les liberemos y les llevemos democracia junto con un montón de ayuda humanitaria, progreso, orden y otras ventajas del Imperio. Les ofrecemos de todo y se obstinan en no recibirlo. ¡Están locos! El fracaso del 30 de abril sumió en el desconcierto al emperador. Sus generales estaban convencidos de que la rebelión prendería expulsando al usurpador. Pero no fue así. La exigua afluencia de manifestantes en apoyo del alzamiento militar, y la insuficiencia de las masivas concentraciones antichavistas de los dos últimos decenios, demostraron que la información de Washington sobre Venezuela es incompleta, cuando no errónea en aspectos fundamentales.

El levantamiento popular que hubiera debido ser definitivo no se produjo pese a las promesas de un nuevo país y de una próspera democracia. Los descamisados del Orinoco aún sospechan que las referencias del Imperio a la libertad y la democracia plena son leyendas para lerdos, y que su verdadero propósito es imponer la pax romana para nombrar cónsules y recuperar el control de la principal reserva mundial de crudo. Esas personas que tan tercamente permanecen al margen de los tambores de guerra procesan una opiácea contabilidad: antes de Chávez el 70% de los ingresos petroleros era para los ricos y el 30% para los pobres, y con Chávez, al revés: la parte del león para los pobres.

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Pareciera que los imperios conquistan solo para repartir bonanza sin condiciones, pero la historia los coloca en el lugar que les corresponde. Quizás por eso, las tribus venezolanas todavía prefieren lo malo conocido a la alternativa imperial. Digo todavía, porque el hambre no trabaja para los sitiados, sino para los sitiadores y cuando el hambre triunfa solo quedan dos salidas: la inmolación o la capitulación.

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