Columna

El síndrome de Ormuz

Convocar una alianza internacional para garantizar el tráfico por el estrecho equivale a llamar a los bomberos tras encender el fuego

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, saluda desde el Air Force One a su llegada a New Jersey.Manuel Balce Ceneta (AP)

Regresa el síndrome de Ormuz, que se instaló entre nosotros cuando Adolfo Suárez todavía era presidente del Gobierno. El estrecho de entrada al golfo Pérsico o Arábigo, de apenas 38 kilómetros de ancho y 45 de recorrido, se convierte de vez en cuando en el epicentro de la mayor tensión geopolítica mundial, como si fuera la espoleta de un terremoto bélico de alcance desconocido.

Sucedió en la crisis del petróleo en la década de los 70, luego se repitió durante la guerra entre Irán e Irak entre 1980 y 1988 con la llamada guerra de los petroleros (450 buques fueron atacados por lo...

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Regresa el síndrome de Ormuz, que se instaló entre nosotros cuando Adolfo Suárez todavía era presidente del Gobierno. El estrecho de entrada al golfo Pérsico o Arábigo, de apenas 38 kilómetros de ancho y 45 de recorrido, se convierte de vez en cuando en el epicentro de la mayor tensión geopolítica mundial, como si fuera la espoleta de un terremoto bélico de alcance desconocido.

Sucedió en la crisis del petróleo en la década de los 70, luego se repitió durante la guerra entre Irán e Irak entre 1980 y 1988 con la llamada guerra de los petroleros (450 buques fueron atacados por los beligerantes) y ahora replica con las amenazas, intimidaciones e incidentes que se ciernen sobre un tráfico petrolero que llega a los 21 millones de barriles diarios.

El síndrome de Ormuz es la expresión irónica con que la prensa española de hace ya cuatro décadas descalificó el súbito descubrimiento de la pieza crucial de la política internacional por parte de un político tan concentrado en asuntos domésticos como fue Adolfo Suárez. Corresponde a la visión exactamente opuesta a la de Mariano Rajoy, que se manifestó ocupado y preocupado por Soria y no por Siria cuando Felipe González le pidió mayor atención por la escena exterior. Ahora Ormuz va en serio, muy en serio. Mejor calibrar bien la atención que se le dedica, desde Madrid y desde Bruselas, sin ironía ni retranca.

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El grifo de Ormuz es un arma temible en manos de la República Islámica de Irán, especialmente de los sectores más radicales, dispuestos a bloquear el paso, dos canales de navegación de apenas tres kilómetros de ancho cada uno, por donde circula una quinta parte del crudo mundial, aún a riesgo de una confrontación belica. Ahí están para evitarlo, la Quinta Flota de los Estados Unidos, la British Navy y la Armada francesa. También los navíos rusos y chinos, amistosos con Irán, rondan por las aguas circundantes, pero la mayor amenaza para los petroleros, como han podido comprobar los dos buques británicos apresados, son las lanchas rápidas iraníes de la Guardia Revolucionaria.

Si hay una responsabilidad personal en la reactivación del síndrome de Ormuz esta es de Donald Trump con su obsesión por destruir todo lo que construyó Barack Obama, especialmente el acuerdo nuclear y la apertura de Irán a la comunidad internacional. El presidente convoca ahora a la formación de una alianza internacional para garantizar el tráfico libre por Ormuz, que es como llamar a los bomberos para apagar la hoguera después de encenderla.

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