Hay promesas imposibles de cumplir, pero qué bonitas son

Estamos (otra vez) en campaña, que no paren las ofertas

Sala de control de movilidad del Ayuntamiento de Madrid. Álvaro García (EL PAÍS)

En el esfuerzo informativo —expresión de la neolengua que ahora utilizan algunos como si obtener el resto de las informaciones no costara esfuerzo— con motivo de las elecciones municipales, la sección Madrid de este periódico tiene un espacio titulado Las promesas del día donde se recoge y/o agrupa la oferta de bendiciones que cada candidato proclama lloverán sobre los ciudadanos en caso de que su lista triunfe en las urnas; que si refuerzo educativo durante el mes de julio —vamos, más colegio, si los menores votaran quien propone esto se iba a pasar la vida en la op...

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En el esfuerzo informativo —expresión de la neolengua que ahora utilizan algunos como si obtener el resto de las informaciones no costara esfuerzo— con motivo de las elecciones municipales, la sección Madrid de este periódico tiene un espacio titulado Las promesas del día donde se recoge y/o agrupa la oferta de bendiciones que cada candidato proclama lloverán sobre los ciudadanos en caso de que su lista triunfe en las urnas; que si refuerzo educativo durante el mes de julio —vamos, más colegio, si los menores votaran quien propone esto se iba a pasar la vida en la oposición, pero los que votan son sus padres—; que si metro abierto las 24 horas los fines de semana —los jóvenes que salen de madrugada sí que votan—, y lo que vendrá hasta el día 26. Los compañeros de Madrid, sin duda, han sido clementes por no titular este espacio Las promesas flor de un día. Los italianos denominan a este tipo de afirmaciones promesas de marineros. Pero en Madrid, marineros pocos. Vaya, vaya, aquí no hay playa.

Ser alcalde de una gran ciudad es una faena, porque es imposible hacerlo bien. Una urbe funciona, o mal funciona, mediante un equilibrio inestable entre factores que tienden a expandirse ocupando el espacio de los otros. El cómo moverse —pronúnciese movilidad urbana en la neolengua— es un buen ejemplo. Podría pensarse que todo se reduce a una pugna entre el automóvil y el peatón. Pero como sucede en las series —hoy en día, si no citas a las series en un texto no eres nadie—, tras varias temporadas aquello es un galimatías de personajes donde no se sabe quién es bueno, ni malo, ni quién quedará vivo al final: automóviles particulares, taxis, uber, furgonetas de reparto, autobuses, bicicletas, motoristas, repartidores en moto, en bici, motos de alquiler, bicicletas de alquiler, coches compartidos, patinetes particulares, compartidos e, incluso, hasta personas que caminan. Y la mitad de esos artefactos tirados en medio de la calle, convertida así en la habitación de un adolescente.

Quien ocupa la alcaldía debe gestionar esto, procurando que todo funcione razonablemente —imposible— y tener a todos contentos —aún más imposible—. Y la movilidad es solo una pequeña parte de un entramado muchísimo más grande en la gestión de una ciudad. Claro que nadie ganaría diciendo que va a tratar de hacerlo lo menos mal posible. Prometer es gratis.

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