Las democracias reumáticas

La jornada de reflexión es uno de los atavismos que enrancian y anquilosan unos procesos que podrían ser menos ceremoniosos y más ágiles

Papeletas en un almacén municipal de Barcelona para las elecciones generales del 28 de abril. ALBERT GARCIA

Si las elecciones de mañana se perciben como el final y el principio de un mundo nuevo (muy probablemente, peor que el viejo), también se debe en parte a la incapacidad de las democracias avanzadas para adaptar sus ritos electorales a la complejidad y riqueza de la actualidad. Vivimos en el siglo XXI pero elegimos a nuestros representantes con liturgias y modos diseñados en los siglos XVIII y XIX. La jornada de reflexión es uno de los muchos atavismos, aunque no el único, que enrancian y anquilosan unos procesos que podrían ser mucho menos ceremoniosos y mucho más ágiles. La salvaguarda del ...

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Si las elecciones de mañana se perciben como el final y el principio de un mundo nuevo (muy probablemente, peor que el viejo), también se debe en parte a la incapacidad de las democracias avanzadas para adaptar sus ritos electorales a la complejidad y riqueza de la actualidad. Vivimos en el siglo XXI pero elegimos a nuestros representantes con liturgias y modos diseñados en los siglos XVIII y XIX. La jornada de reflexión es uno de los muchos atavismos, aunque no el único, que enrancian y anquilosan unos procesos que podrían ser mucho menos ceremoniosos y mucho más ágiles. La salvaguarda del fair play y las garantías democráticas para que la opinión pública se exprese sin coacciones están sobradamente aseguradas sin necesidad de seguir una etiqueta más obsoleta que el telégrafo y los zepelines.

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Parte de la crisis de las democracias liberales se debe a que muchos ciudadanos perciben su funcionamiento como un ritual teatralizado donde las instituciones son mero decorado, y los políticos, títeres. La incapacidad de adaptar las liturgias a la normalidad de la época es propia de unos sistemas reumáticos que reaccionan muy tarde y muy despacio a las agresiones de las fuerzas que los cuestionan. Los populismos, las ultraderechas nacionalistas y los movimientos eurófobos que corren por todo el continente se han aprovechado de unos Estados más preocupados por la forma que por el contenido.

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No puede ser casual que las democracias que mejor han aguantado el envite de las fuerzas que las amenazan sean las más autoconscientes y las que más se preocupan por ensayar nuevos modos de representación. Sin necesidad de plantear experimentos de democracia directa y manteniéndose fieles a los principios de la democracia representativa, países como Canadá han ensayado nuevas formas de legislar. Por ejemplo, en 2004, la Columbia Británica reformó su ley electoral mediante un texto elaborado por una asamblea de 160 ciudadanos escogidos por sorteo, como los jurados (o como las mesas electorales): un parlamento efímero con una única misión. Cumplida la misma, se disolvió.

David van Reybrouck recogió este y otros ejemplos en Contra las elecciones: cómo salvar la democracia, una interesantísima reflexión sobre la obsolescencia de los rituales electorales y una propuesta para su reforma progresiva basándose en el método de representación política que se seguía en la Atenas clásica: el sorteo por insaculación. Cree Van Reybrouck que solo mediante un debate profundo que busque mecanismos para implicar mucho más profundamente a los ciudadanos en la administración de la res publica se podrá romper esa distancia abisal que separa a la sociedad de las instituciones y que ha llevado a esta enormísima crisis de representatividad. El problema principal de estas propuestas es que todas conducen a lo mismo: la desaparición de la actividad política profesional y de los partidos tal y como los conocemos.

Sin duda, eso es adelantarse a un futuro lejanísimo e improbable, pero no por ello habría que dilatar más una reflexión genuinamente democrática que se pregunta: ¿para qué diablos sirve una jornada de reflexión?

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