Editorial

Paisaje después de la batalla

Los debates han cambiado las relaciones partidistas

Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera durante el debate electoral en Atresmedia.ULY MARTIN (EL PAÍS)

La celebración de dos debates sucesivos entre los principales candidatos a la presidencia del Gobierno ha supuesto el mayor hito de una campaña marcada por la crispación. Si algo ha quedado explícito en ambos es un cambio en la correlación de las principales fuerzas políticas: mientras que la hegemonía en el seno de la izquierda se ha resuelto sin que se produjese el célebre sorpasso (el PSOE como partido principal y Podemos en una posición subsidiaria), ha emergido con toda su crudeza la batalla en el seno de la derecha (PP y Ciudadanos) por la obtención de la posición dominante.
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La celebración de dos debates sucesivos entre los principales candidatos a la presidencia del Gobierno ha supuesto el mayor hito de una campaña marcada por la crispación. Si algo ha quedado explícito en ambos es un cambio en la correlación de las principales fuerzas políticas: mientras que la hegemonía en el seno de la izquierda se ha resuelto sin que se produjese el célebre sorpasso (el PSOE como partido principal y Podemos en una posición subsidiaria), ha emergido con toda su crudeza la batalla en el seno de la derecha (PP y Ciudadanos) por la obtención de la posición dominante.

Editoriales anteriores

La doble cita televisiva ha confirmado que los partidos esperan movilizar a los electores convenciéndolos de la importancia de su agenda y no de la necesidad de unas medidas de Gobierno, desgranadas, en muchos casos, como en una puja precipitada de artículos de deseo. Para el candidato socialista y el de Podemos, la corrección de la desigualdad y la prevención de la corrupción deberían orientar preferentemente la acción del próximo Ejecutivo. Para el aspirante popular y el de Ciudadanos, ambos objetivos están supeditados a la defensa de la soberanía nacional puesta en peligro por el independentismo catalán.

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Lo sorprendente —y decepcionante— es que en esa agenda que han pretendido imponer unos y otros no hayan emergido algunos de los problemas y circunstancias de mayor relevancia para la ciudadanía. Por ejemplo, el concepto Europa (el espacio donde se toman algunas de las decisiones más significativas para la vida cotidiana de las personas) y su futuro no se mencionó ni una sola vez en ninguno de los dos debates, y eso que la próxima cita electoral, apenas dentro de un mes, convoca a la ciudadanía para elegir a sus representantes en el Parlamento Europeo. Otra ausencia dolorosa fue el intercambio de posiciones sobre el que sin duda es el problema más urgente que tiene la humanidad entera: el cambio climático, cómo confrontarlo y cómo se va a hacer en España la transición energética desde un modelo de crecimiento basado en el carbón a otro relacionado con las energías renovables.

Al revés, uno de los asuntos que tuvieron mayor presencia en los debates (tanto o más que los impuestos, las pensiones o el desempleo) fue la política territorial relacionada con Cataluña. Fue tal la estridencia utilizada para abordar este tema por parte de Pablo Casado y Albert Rivera que es posible que una parte de la ciudadanía, rotundamente contraria a cualquier fórmula de independencia, sintiera más simpatía por las facilonas llamadas al diálogo de Sánchez e Iglesias. Por más que insistan algunos discursos, unas elecciones generales ni deciden ni pueden decidir sobre la unidad de España, sino sobre la composición de unas Cámaras legislativas y, de manera indirecta, sobre la formación de un Gobierno. Faltó por saber en los debates si una vez en el Gobierno, los principales partidos que medirán sus fuerzas el domingo abordarán la respuesta política al desafío secesionista en solitario, presentándose como campeones de la unidad en un imposible plebiscito, o a través de un consenso entre quienes se oponen a la independencia.

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