Columna

Trump vota Netanyahu

EEUU e Israel justifican la medida –que viola las resoluciones de la ONU y los acuerdos de alto el fuego firmados por Israel y Siria– , en la necesidad de frenar a Irán y a Hezbolá

Donald Trump muestra su firma tras el encuentro con Netanyahu. SUSAN WALSH (AP )

La ley del más fuerte tiene un punto débil: hay que serlo todo el tiempo. La biología y la historia enseñan que nada es eterno, ni siquiera los imperios más poderosos. La decisión de Donald Trump de reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ocupados a Siria en 1967, llega después del traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Son regalos para reforzar a Benjamín Netanyahu.

Trump no es hombre de detalles ni de medir las consecuencias. Su decisión deja en el limbo a una de las misiones de interposición más antiguas, la de la Fuerza de las Naciones Unidas de Obs...

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La ley del más fuerte tiene un punto débil: hay que serlo todo el tiempo. La biología y la historia enseñan que nada es eterno, ni siquiera los imperios más poderosos. La decisión de Donald Trump de reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ocupados a Siria en 1967, llega después del traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Son regalos para reforzar a Benjamín Netanyahu.

Trump no es hombre de detalles ni de medir las consecuencias. Su decisión deja en el limbo a una de las misiones de interposición más antiguas, la de la Fuerza de las Naciones Unidas de Observación de la Separación, encargada de mantener el alto el fuego. ¿Cuál es su papel ahora?

El tándem Trump-Netanyahu trata de medir la reacción internacional, saber por dónde respiran los países árabes. Los Altos del Golán son importantes por el control del agua, un bien estratégico en una región tan seca, y más que lo será con el cambio climático. Suministran el 30% del consumo de agua potable israelí.

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El objetivo final es Cisjordania, ocupada desde 1967. La política de colonización no se ha detenido ni cuando Israel firmó acuerdos de paz sobre la creación de dos Estados. En Cisjordania viven 380.000 colonos y más de 2,8 millones de palestinos. El objetivo de la ultraderecha israelí es anexionarse el 80% de ese territorio, dejando a los palestinos recluidos en bantustanes, como en la Sudáfrica del apartheid.

A su regreso a casa procedente del Despacho Oval de Trump, donde se siente feliz, Netanyahu se ha enfadado al comprobar que la prensa de su país no celebraba su victoria diplomática de los Altos del Golán. Están centrados en la Marcha del Retorno, prevista para hoy en Gaza. El Golán no es noticia desde hace tiempo.

Estados Unidos e Israel justifican la medida —que viola las resoluciones de la ONU y los acuerdos de alto el fuego firmados por Israel y Siria— , en la necesidad de frenar a Irán y a Hezbolá. Son la gran excusa pese a que ambos han sido esenciales en la derrota territorial del ISIS.

El historiador israelí Ilan Pappé, tildado de traidor por los ultranacionalistas de su país, me dijo hace años: “Si Israel no es capaz de tejer amistades con sus vecinos, empezando por los palestinos, se arriesga a terminar como los cruzados, expulsados de una tierra que les considera un cuerpo extraño”. Otro gran enemigo de los ultras, Gideon Levy, que escribe en Haaretz, sostiene que el mayor peligro para el futuro de Israel no es Irán, es Netanyahu.

Habrá que esperar a que hablen las urnas el 9 de abril, saber cuántos escaños logra el exgeneral Benny Gantz, que representa una amenaza política real para Netanyahu. Es tan radical que habla de paz y de diálogo, como Isaac Rabin. Si todo fallara, queda el Tribunal Supremo que deberá decir en semanas si procesa al primer ministro por corrupción.

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