Elegir a quienes serán elegidos

El momento de confección de las listas no solo es el de la selección de quien representará a la ciudadanía

El presidente del PP, Pablo Casado, con el número dos en la lista electoral al Congreso por Madrid, Adolfo Suárez Illana.Ballesteros (EFE)

Una de las funciones más importantes de los partidos políticos es la selección de élites. Es decir, decidir quiénes serán, entre otros, las personas que conformarán las listas electorales y entre las que elegirán los votantes. Si nos preocupa la salud democrática de nuestros partidos, podemos fijarnos en tres elementos claves en el momento de la confección de las listas: cómo se eligen, a quién se elige y para qué se elige.

En el cómo de la elección, en los últimos años hemos pasado de los congresos en los que las consabidas mesa...

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Una de las funciones más importantes de los partidos políticos es la selección de élites. Es decir, decidir quiénes serán, entre otros, las personas que conformarán las listas electorales y entre las que elegirán los votantes. Si nos preocupa la salud democrática de nuestros partidos, podemos fijarnos en tres elementos claves en el momento de la confección de las listas: cómo se eligen, a quién se elige y para qué se elige.

En el cómo de la elección, en los últimos años hemos pasado de los congresos en los que las consabidas mesas camilla rodeadas de señores negociaban las listas en función de las sensibilidades y cuotas de poder, a intentos más o menos sinceros, coherentes y sofisticados de primarias, que han agudizado, en prácticamente todos los casos, las contradicciones de cada organización. ¿Ha mejorado esto la calidad democrática de los partidos? No lo suficiente para darnos por satisfechos. ¿Es mejor que se celebren primarias a que no existan? Distintos parámetros de salud democrática indican que sí, pero por sí solas no son ni argumento ni garantía suficiente de una auténtica democratización de los partidos que los haga organizaciones transparentes y participativas como correspondería a su decisiva función política.

Otra cuestión trascendental tiene que ver con el tipo de personas que se eligen para ocupar las listas. Estamos viendo cómo se llevan al extremo los principios de la “democracia de audiencia”, según la cual la relación con los partidos se establece a través de lazos emocionales con líderes carismáticos que se asoman a diario a nuestras pantallas. Esta lógica es la que se esconde tras los fichajes de toreros, banderilleros, militares franquistas o iconos mediáticos. Para entender lo que nos quieren decir, no se trata tanto de diseccionar a la persona en cuestión, sino de interpretar el mensaje que el partido lanza con su candidatura. Cuando Podemos presentó como candidato al ex Jemad Julio Rodríguez nos estaba diciendo que tenía un equipo competente y preparado para gobernar un país en todas sus facetas; nada que ver con los fichajes de militares franquistas por parte de Vox, que personalizan una indisimulable simpatía con la dictadura y ratifican su autoritarismo, ese que una parte de la ciudadanía interpreta como protector.

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Por otro lado, ¿para qué se elige a los que van a ser elegidos? Podría pensarse que para gobernar o para ejercer la oposición, pero esa mirada es claramente incompleta. También en otros países, pero en España de forma especialmente visible, quienes ocupan los cargos públicos son también determinantes en el poder orgánico dentro de cada partido. Por lo tanto, el momento de confección de las listas no solo es el de la selección de quienes representarán a la ciudadanía, sino que es también un momento clave en la correlación de fuerzas interna de cada partido.

Con el estudio de estos tres elementos podremos concluir que la salud democrática de nuestros partidos es mejor o peor, pero no olvidemos que son un reflejo de esa sociedad de la que formamos parte. @tinamonge

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