Columna

Ferias

La poesía es esa bestialidad más y menos perfecta capaz de abrirse paso entre 2.000 editoriales

Libros expuestos en un local.Luis Sevillano (EL PAÍS)

A veces preguntan: ¿para qué sirven las ferias? Semanas atrás caminaba por el corazón de la Feria del Libro de Guadalajara —34.000 metros cuadrados, 2.000 editoriales, 47 países— dejando al pensamiento vagar como un asesino en busca de su presa, pero sin frenesí, mordiendo el cristalino hueso de la calma. ¿Qué fue lo que hizo que me detuviera en ese stand? ¿La voz del hombre, la forma en que leía sus versos como si cada palabra pulsara un nervio astillado? No había mucha gente escuchándolo, y el hombre leía este verso que recuerdo mal: “Papá: te estoy hablando de tú”. ¿Qué, de esa con...

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A veces preguntan: ¿para qué sirven las ferias? Semanas atrás caminaba por el corazón de la Feria del Libro de Guadalajara —34.000 metros cuadrados, 2.000 editoriales, 47 países— dejando al pensamiento vagar como un asesino en busca de su presa, pero sin frenesí, mordiendo el cristalino hueso de la calma. ¿Qué fue lo que hizo que me detuviera en ese stand? ¿La voz del hombre, la forma en que leía sus versos como si cada palabra pulsara un nervio astillado? No había mucha gente escuchándolo, y el hombre leía este verso que recuerdo mal: “Papá: te estoy hablando de tú”. ¿Qué, de esa constelación de palabras, hizo sangrar la química de mi cerebro? No lo sé, pero me detuve en seco. El poeta era joven, pelo rizado, anteojos. Mantenía el rostro sumergido en el libro y se arreglaba, una y otra vez, el cabello detrás de las orejas. Parecía tímido o nervioso pero leía bien, con un rapeo parco, indolente, marcando el ritmo con el pie. Al terminar dijo: “Ahora otro, y nada más”. Leyó un largo poema jadeante, una condensación flamígera de ternura y rabia asordinada: “Aprendí que las cosas que vives en la panza de tu madre/ no significan nada cuando cuentas las monedas para el autobús,/ no afectan la manera en que lloras cuando se va alguien que amas”. Cuando terminó, anoté el título del libro —Es fácil—,el nombre del poeta —Jesús Carmona Robles—, y hui. Porque los hilos del poema lanzaban chispas y giraban como aspas de una hélice ardiente y yo quería contemplarlos sin hablar con nadie. Esa noche, mirando el techo descomunal del predio de la feria desde mi hotel, me dije que la poesía es esa bestialidad más y menos perfecta capaz de abrirse paso entre 2.000 editoriales, 34.000 metros cuadrados, hundirte un dedo en la garganta y sembrar, allí, un rastro de nitroglicerina. ¿Para qué sirven las ferias? Para eso. Que no sé qué es. Que no tiene nombre.

 

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