Adiós al Pavón Kamikaze

Este jueves fue un día triste para los aficionados al teatro. El Pavón Kamikaze se ha erigido como un punto de referencia del teatro contemporáneo, del desarrollo de las artes escénicas, del desafío al statu quo, tanto en el sentido artístico y formativo como de gestión. La búsqueda y alcance de una rentabilidad económica en los proyectos culturales sigue siendo un gran reto, únicamente al alcance de los más osados. Gestionar un teatro sin apenas subvenciones públicas es admirable. Realmente hay que ser muy kamikazes para aventurarse, arriesgarse y, a fin de cuentas,...

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Este jueves fue un día triste para los aficionados al teatro. El Pavón Kamikaze se ha erigido como un punto de referencia del teatro contemporáneo, del desarrollo de las artes escénicas, del desafío al statu quo, tanto en el sentido artístico y formativo como de gestión. La búsqueda y alcance de una rentabilidad económica en los proyectos culturales sigue siendo un gran reto, únicamente al alcance de los más osados. Gestionar un teatro sin apenas subvenciones públicas es admirable. Realmente hay que ser muy kamikazes para aventurarse, arriesgarse y, a fin de cuentas, salir de la zona de confort, y más en el caso de una compañía que lo tiene todo: solidez y prestigio. Goza, además, de la admiración y respeto de crítica y público. El gran drama es encontrarse con que, pese a morir de éxito y buenos ingresos, la verdadera causa del fallecimiento del Teatro Pavón Kamikaze sea la rentabilidad. Si dejamos morir este tipo de “negocios culturales” que actúan como una fuerza (re)generadora de humanidad en este mundo, la sociedad se conformará como una colectividad que haya perdido todo sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento de rendición ante la desertificación del espíritu, poco nos quedará de aquellas características diferenciadoras del Homo sapiens respecto a las del resto de animales.— Marta González Berruezo. Madrid.

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