Pato cojo

Los partidos invertirían mejor su tiempo en mejorar su capacidad de construir coaliciones alternativas que supongan una amenaza creíble a quien gobierna

Mariano Rajoy recibe al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela Julio Borges.© Carlos Rosillo

En política, convertirse en un pato cojo es la antesala de la pérdida del poder. Con ese término se describe al mandatario que permanece en el cargo mientras el resto considera que está políticamente amortizado. Es lo que ocurre con los presidentes que se enfrentan a un segundo mandato sin posibilidad de reelección. Se convierten en políticos extraños: no tanto por su brevedad en el poder como porque gobiernan sin horizonte electoral.

Cuando Ciudadanos defiende en España la limitación de mandatos como medida para prevenir la corrupción centran su argumento en la brevedad del ca...

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En política, convertirse en un pato cojo es la antesala de la pérdida del poder. Con ese término se describe al mandatario que permanece en el cargo mientras el resto considera que está políticamente amortizado. Es lo que ocurre con los presidentes que se enfrentan a un segundo mandato sin posibilidad de reelección. Se convierten en políticos extraños: no tanto por su brevedad en el poder como porque gobiernan sin horizonte electoral.

Cuando Ciudadanos defiende en España la limitación de mandatos como medida para prevenir la corrupción centran su argumento en la brevedad del cargo. Sin embargo, existen muchos ejemplos donde la caducidad en el poder no modifica la forma de ejercerlo. O, si lo hace, no es en la dirección deseada, pues quienes gobiernan sabiendo que no serán juzgados en las urnas pueden perder interés en representar a sus electores o decidir en mayor medida según lo que les dicte su conciencia. Existe evidencia que apunta en esta dirección aunque, en conjunto, el debate académico no es nada concluyente.

Los costes de limitar mandatos, en cambio, resultan más predecibles, pues la renovación periódica del liderazgo puede generar más inestabilidad en los partidos. De entrada, cualquier formación está sometida a las tensiones internas asociadas a los vaivenes electorales. Piénsese en la primera ministra británica, Theresa May, quien tras el fracaso electoral es para muchos de su partido una política amortizada, un pato cojo pendiente de sustitución. ¿Por qué los partidos quieren entonces aprobar una reforma que obliga a la renovación continua y añade una potencial fuente de inestabilidad interna? Los votantes, que tan bien acogen la propuesta, serán los primeros en penalizar a los partidos que se muestren desunidos.

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Una mejor disciplina que la limitación de mandatos frente al abuso de poder es que quien lo ejerza pueda perderlo. Por eso los partidos invertirían mejor su tiempo en mejorar su capacidad de construir coaliciones alternativas que supongan una amenaza creíble a quien gobierna, que en insistir en una reforma donde los beneficios son más inciertos que los costes. @sandraleon_

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