Adiós, duque

Felipe de Edimburgo se despide de la vida pública tras siete décadas de cumplir como consorte oficial de la reina Isabel II

Felipe de Edimburgo, ayer en su último acto público.HANNAH MCKAY (AFP)

Genio y figura hasta el final, Felipe de Edimburgo desafiaba ayer a sus 96 años las inclemencias del tiempo londinense para presidir a cielo abierto un desfile benéfico de la Royal Navy en el patio del palacio de Buckingham. El marido de Isabel II saludó bombín en mano no solo a los militares de un cuerpo del que es capitán general honorario, sino principalmente a la ciudadanía británica en su despedida de la vida pública después de un ejercicio de siete décadas como consorte oficial.

El anuncio de la jubilación del duque, anticipado desde palacio el pasado mayo, pilló entonces por sorp...

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Genio y figura hasta el final, Felipe de Edimburgo desafiaba ayer a sus 96 años las inclemencias del tiempo londinense para presidir a cielo abierto un desfile benéfico de la Royal Navy en el patio del palacio de Buckingham. El marido de Isabel II saludó bombín en mano no solo a los militares de un cuerpo del que es capitán general honorario, sino principalmente a la ciudadanía británica en su despedida de la vida pública después de un ejercicio de siete décadas como consorte oficial.

El anuncio de la jubilación del duque, anticipado desde palacio el pasado mayo, pilló entonces por sorpresa a un país acostumbrado a su inflexible presencia junto a la monarca por encima de los achaques propios de la edad que en los últimos años aconsejaron más de un ingreso hospitalario.

Una vez dada el alta, el duque retomaba su agenda como si nada. Príncipe de cuna y emparentado con varias casas reales europeas, entre ellas la griega de su nacimiento (Corfú, 1921), la danesa o la de los Romanov de Rusia, hizo suyo el sentido del deber que su esposa y monarca británica priorizó desde el día de su coronación, en 1952. Como resultado, el currículo de Felipe esgrime 22.219 compromisos individuales, 5.496 discursos y 637 viajes oficiales al extranjero.

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El príncipe griego que renunció a su nacionalidad, a su religión (ortodoxa) e incluso al apellido de adopción en Reino Unido (Mountbatten) a raíz de casarse con la futura reina de Inglaterra en 1947, es en este siglo XXI un personaje mayoritariamente apreciado por los británicos. Sus legendarias y políticamente incorrectas meteduras de pata a lo largo de los años le valieron tantas críticas como afecciones de cierto público, pero en general la idea que impera en el país del duque de Edimburgo es que ha ejercido de “roca” y de principal soporte de Isabel II, según la propia descripción de la monarca.

Por eso, hasta el líder de la oposición y nada afecto a la cuestión monárquica, el laborista Jeremy Corbyn, quiso sumarse ayer al coro de despedida de Felipe de Edimburgo deseándole “lo mejor en su bien merecido retiro”.

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