Quejas atendidas

Suprimir los anuncios de contactos es una prueba de coherencia editorial y un estímulo para quienes nos ocupamos de dar voz a los lectores

Es normal preguntarse alguna vez por el sentido de nuestro trabajo. Los Defensores del Lector estamos habituados no ya a preguntarnos sobre la utilidad de nuestra tarea, sino a que se nos interrogue sobre ello, dado que nuestros juicios no son vinculantes ni para la dirección del medio de prensa en el que ejercemos ni para la empresa que lo edita.

La semana pasada, un lector me informaba con cierta preocupación de que el titular de un reportaje que yo había considerado inadecuado públicamente, siguiera figurando en la edición digital. Y es que la opinión de la Defensora, como es lógico ...

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Es normal preguntarse alguna vez por el sentido de nuestro trabajo. Los Defensores del Lector estamos habituados no ya a preguntarnos sobre la utilidad de nuestra tarea, sino a que se nos interrogue sobre ello, dado que nuestros juicios no son vinculantes ni para la dirección del medio de prensa en el que ejercemos ni para la empresa que lo edita.

La semana pasada, un lector me informaba con cierta preocupación de que el titular de un reportaje que yo había considerado inadecuado públicamente, siguiera figurando en la edición digital. Y es que la opinión de la Defensora, como es lógico y como se desprende del estatuto que define las atribuciones del cargo, dista mucho de ser ley.

A diario compruebo que algunos de los errores que me señalan los lectores y que recojo en cualquiera de mis artículos, o remito puntualmente a los responsables de la Redacción para que sean subsanados, se repiten después en otras piezas informativas.

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A este respecto, un lector, Miguel Fernández Fernández, me escribió el viernes para señalarme uno de esos fallos recurrentes: el de traducir de forma literal una expresión del inglés al español, con el resultado de desvirtuar su significado. En este caso, se traducía la expresión “out of” por “fuera de” cuando, como indica el lector y dado el contexto de la frase, lo correcto era traducirla por “a partir”.

La decisión es fruto de un largo y debatido análisis

Otras dos cartas que han llegado a mi buzón recientemente, firmadas por William Lyon y David Varona respectivamente, hacen referencia a un error que ambos lectores han señalado con anterioridad en la edición digital, donde se sigue etiquetando algunas veces bajo el término “toros” noticias relativas al caso de los presuntos violadores de una joven en Pamplona durante los Sanfermines del año pasado. Un suceso que no tiene nada que ver con la tauromaquia, aunque se produjera coincidiendo con una de las fiestas taurinas más famosas de España.

Por eso produce tanta satisfacción que un tema tratado en esta sección en abril pasado —recogido en el artículo Publicidad con luces rojas— haya reavivado un viejo debate que se ha resuelto con la decisión de no volver a publicar anuncios de servicios sexuales. Desde el 15 de julio, los polémicos anuncios de relax han desaparecido de las páginas de EL PAÍS, que informó de esta novedad y la explicó detalladamente el pasado viernes.

Mi contribución a esta medida —que considero un paso adelante, y que ha sido celebrada por varios lectores que, como Juan Lois Mosquera, Paula Calvo o Dani Banegas, me han escrito para felicitar al periódico por ella— es, por supuesto, muy pequeña. Hace años que EL PAÍS denuncia en reportajes, informaciones y editoriales la trata de personas con fines de explotación sexual. Y cada serie de reportajes sobre el tema ha provocado protestas de lectores que argumentaban, con razón, lo incoherente de denunciar estas prácticas y dar cabida al mismo tiempo en nuestras páginas a anuncios de servicios sexuales. Como saben, la prostitución no es ilegal en España, pero sí lo es la trata de personas. Y son muchos los expertos que han señalado una presencia mayoritaria de esclavas sexuales entre las mujeres que ejercen la prostitución.

La decisión, totalmente coherente con la línea editorial del periódico, llega tras un largo proceso de análisis y debate interno, y con ella, EL PAÍS se suma a la larga lista de diarios internacionales que suprimieron hace tiempo esta indeseable publicidad. A algunos lectores les parecerá, quizá, que la medida llega con algún retraso. En mi artículo, motivado por las quejas recibidas a raíz de una serie de reportajes publicados en abril pasado sobre la esclavitud sexual en la que viven miles de mujeres en España, se aludía a otra pieza firmada en 2009 por Milagros Pérez Oliva, entonces Defensora del Lector, que recogía críticas similares de los lectores.

Pero hay que comprender que los cambios requieren tiempo y que prescindir de una fuente de ingresos publicitarios en tiempos de crisis económica como la que afecta desde hace tiempo a los medios de comunicación, no es una medida fácil de tomar. Por eso es justo celebrarla.

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