Cartas al director

Mirando de reojo (por si acaso)

El otro día, a las seis de la tarde de un sábado, iba sola por la calle. En un trayecto de 20 minutos por calles muy transitadas, tres hombres de diferentes edades y en diferentes momentos me gritaron, sin ni siquiera haberme visto la cara, lo guapa que era. Qué desagradable. ¿Qué necesidad hay de que una mujer tenga que ir mirando de reojo para ver quién tiene detrás? ¿Por qué, en pleno siglo XXI, tengo que agachar la cabeza cuando me “halagan” por miedo a que si les miro a la cara me sigan hablando, si yo no lo he pedido? ¿Por qué a partir de las nueve de la noche por mi propio barrio yo ya ...

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El otro día, a las seis de la tarde de un sábado, iba sola por la calle. En un trayecto de 20 minutos por calles muy transitadas, tres hombres de diferentes edades y en diferentes momentos me gritaron, sin ni siquiera haberme visto la cara, lo guapa que era. Qué desagradable. ¿Qué necesidad hay de que una mujer tenga que ir mirando de reojo para ver quién tiene detrás? ¿Por qué, en pleno siglo XXI, tengo que agachar la cabeza cuando me “halagan” por miedo a que si les miro a la cara me sigan hablando, si yo no lo he pedido? ¿Por qué a partir de las nueve de la noche por mi propio barrio yo ya no puedo volver sola a casa? En mi utopía, las mujeres no tienen miedo a tener un cuerpo, a exponerse delante de un hombre, a ser mujeres. Ya es hora de que la mujer deje de ser la costilla del hombre. Ya es hora de que mujer y hombre sean sinónimos de persona.— Arantxa Torres del Cura. Valencia.

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