Pegamento

Ni el éxito ni el fracaso aseguran la unidad y la convivencia en el seno de los partidos

Asamblea Ciudadana de Podemos.Claudio Alvarez

Todos los grupos musicales a partir de su segundo o tercer éxito empiezan a desintegrarse por problemas de protagonismo; muchos acaban por desaparecer y los que siguen juntos lo hacen ya con graves daños en su seno. Lo mismo pasa con las revistas literarias, con las asociaciones de aficionados al alpinismo o a los toros, con las de defensa de la naturaleza o del patrimonio, con los partidos políticos y hasta con las oenegés. Podemos es un ejemplo claro estos días de ello, con sus líderes asaltando, en lugar de los cielos que se prometían, las posiciones de sus compañeros. En eso ya no se disti...

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Todos los grupos musicales a partir de su segundo o tercer éxito empiezan a desintegrarse por problemas de protagonismo; muchos acaban por desaparecer y los que siguen juntos lo hacen ya con graves daños en su seno. Lo mismo pasa con las revistas literarias, con las asociaciones de aficionados al alpinismo o a los toros, con las de defensa de la naturaleza o del patrimonio, con los partidos políticos y hasta con las oenegés. Podemos es un ejemplo claro estos días de ello, con sus líderes asaltando, en lugar de los cielos que se prometían, las posiciones de sus compañeros. En eso ya no se distinguen en nada de los partidos viejos a los que tanto denuestan.

Pero el fracaso tampoco asegura la estabilidad interna. Al contrario, como cantaba El Último de la Fila —uno de esos tantos grupos que murieron de éxito y felicidad—, cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana y ahí está el Partido Socialista Obrero Español para demostrarlo. Mientras mantuvo el poder todo eran adhesiones a sus líderes y unidad ante el enemigo externo, pero en el momento en el que lo perdió el indisoluble grupo se volvió una manada de lobos hambrientos que comenzaron a despedazarse unos a otros hasta terminar por devorar al jefe. A partir de ahí lo que queda es un ejército de facciones resentidas y dispuestas a atacarse nuevamente a la menor oportunidad que se les presente.

Si ni el éxito ni el fracaso aseguran, pues, la unidad y la convivencia en el seno de los partidos, ¿qué es lo que puede garantizarlas? Es decir: ¿cuál es el pegamento mágico capaz de unir todas las partes de un todo, sea este material o espiritual, como es un grupo de personas? Ezra Pound, en un maravilloso ensayo sobre su país (Patria mía), opinaba —contra la creencia general de que a los estadounidenses nos les une nada, teniendo orígenes y religiones tan diferentes— que a estos les amalgama lo que más une a los hombres, que es la ambición, pero, visto que esta lleva en su interior también un elemento disgregador como los hechos demuestran, hay que convenir que con la ambición no basta, que tiene que haber algo más que pegue y haga convivir las ambiciones de todo un grupo de personas. Y, mirando al Partido Popular, cuya barcaza ha sobrevivido a galernas y a tsunamis que nadie imaginaría que resistiera, convendremos en que ese pegamento que todos buscan para sus partidos tiene un nombre inequívoco: el poder. Mientras lo tengas serás respetado, como Rajoy bien sabe por experiencia desde que era registrador de la propiedad en un pueblo.

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