Columna

Un KO

La verdadera epopeya es pararse junto a Jonathan Brownlee y reclamar un médico

Alistair Brownlee (izquierda) ayuda a su hermano Jonathan Brownlee a terminar la carrera después de que este desfalleciera. Víctor Ruíz (EFE)

En la última prueba de la Copa del Mundo de triatlón que se disputó en Cozumel (México), uno de los aspirantes al título, Jonathan Brownlee, colapsó a 300 metros de la meta. Iba entonces en primer lugar, y si el español Mario Mola no quedaba al menos tercero, Jonathan Brownlee se proclamaría campeón mundial (Mola iba más rezagado). Pero Jonathan, cuando ya veía la meta y el título, se deshilachó a ojos de todo el mundo. Se le fundió la cabeza y el cuerpo, y empezó a tambalearse completamente ido hasta que alguien de la organización lo sostuvo para que no se desplomase sobre la carretera.
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En la última prueba de la Copa del Mundo de triatlón que se disputó en Cozumel (México), uno de los aspirantes al título, Jonathan Brownlee, colapsó a 300 metros de la meta. Iba entonces en primer lugar, y si el español Mario Mola no quedaba al menos tercero, Jonathan Brownlee se proclamaría campeón mundial (Mola iba más rezagado). Pero Jonathan, cuando ya veía la meta y el título, se deshilachó a ojos de todo el mundo. Se le fundió la cabeza y el cuerpo, y empezó a tambalearse completamente ido hasta que alguien de la organización lo sostuvo para que no se desplomase sobre la carretera.

Había 30 grados y 90% de humedad en Cozumel. Los triatletas habían recorrido 1.500 metros nadando, 40 kilómetros en bicicleta y 10 corriendo; la prueba empezó a las 16.30. Justo en el momento en que Jonathan Brownlee era sostenido por un voluntario, llegó su hermano Alistair y se lo llevó corriendo a la meta para optar al campeonato. Las imágenes impactan: Jonathan tiene el rostro descompuesto y la mirada perdida, Alistair lo carga y lo arroja en la llegada para que quede por delante de él a la espera de lo que haga Mola.

Ese gesto del que habla todo el mundo y que ha tenido tanta repercusión como —enésimo— ejemplo de los valores del deporte es uno de los más desconcertantes que se han podido ver este año; uno de esos momentos en los que el deporte pasa a ser, como escribía el experto en medicina deportiva Fernando Huelín en La Voz de Galicia, un verdadero peligro de muerte: “En condiciones extremas se producen unos marcadores de riesgo de alteración térmica que se miden por colores. Ese indicador era negro el pasado domingo en Cozumel. Máximo nivel de peligro. (...) Si no bebes, no sudas. El calor se expulsa por vasodilatación en la piel y sudor. Si no bebes, aumentan la temperatura y los síntomas de un golpe de calor. En el caso del triatleta inglés parecen clarísimos: calambres, desorientación, confusión, inestabilidad”.

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El adjetivo que a mí me parecía que se ajustaba mejor al gesto de Alistair Brownlee es el mismo con el que tituló el periodista Paulo Alonso, biógrafo de Gómez Noya, su artículo en el mismo diario: macabra épica. La verdadera epopeya es pararse junto a Jonathan y reclamar un médico; en el boxeo a un púgil sonado, al borde de la inconsciencia, lo debe retirar un árbitro.

Por un lado se venden los valores del deporte referidos a algo que va más allá de la victoria; por el otro se aplaude con mucha emoción que se arriesgue la vida por un triunfo.

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