Hacer teatro

España está llena de mausoleos de la cultura, que es donde la cultura va a morir por aburrimiento

El dramaturgo Juan Mayorga en su casa de MadridLuis Sevllano Arribas (EL PAÍS)

Confieso que cuando escucho hablar a algún político español sobre cultura me echo a temblar. En primer lugar, porque usan las mayúsculas enfáticas, como si la cultura no tuviera lugar en el aula humilde de un colegio rural o sobre el hule de la mesa de un hogar donde una abuela le cuenta a su nieta cómo conoció al marido. Tengo la sensación de que ellos asocian en demasiadas ocasiones la cultura con el ladrillo. Presentan un proyecto cultural y en realidad están presentando un plan de obras, donde alguna constructora se va a llevar una cifra obscena del gasto global. Así España está llena de c...

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Confieso que cuando escucho hablar a algún político español sobre cultura me echo a temblar. En primer lugar, porque usan las mayúsculas enfáticas, como si la cultura no tuviera lugar en el aula humilde de un colegio rural o sobre el hule de la mesa de un hogar donde una abuela le cuenta a su nieta cómo conoció al marido. Tengo la sensación de que ellos asocian en demasiadas ocasiones la cultura con el ladrillo. Presentan un proyecto cultural y en realidad están presentando un plan de obras, donde alguna constructora se va a llevar una cifra obscena del gasto global. Así España está llena de centros vacuos, de locales polivalentes que no valen para nada, de infraestructuras infrautilizadas y de mausoleos de la cultura, que es donde la cultura va a morir por aburrimiento. Por suerte, el empuje personal, la pasión y las vocaciones, que siguen aflorando sin temor al naufragio, salvan cada año la papeleta, la dignidad de la cultura en el país del desprecio.

A todos nos debería alegrar que un dramaturgo como Juan Mayorga haya sido reconocido en los Premios Europa de las Nuevas Realidades Teatrales otorgados en Craiova. Es un milagro que España siga aportando nombres a las nóminas del talento creativo. Pero me llamó la atención que una de las instituciones premiadas fuera el Teatro Nacional de Escocia. Hace años que seguirle la pista a esa compañía te depara sorpresas que contradicen los prejuicios. Para empezar el prejuicio del ladrillo asociado a la fundación teatral. El Teatro Nacional de Escocia carece de edificio, no tiene una sede rutilante encargada a un arquitecto estrella, sino que es itinerante, parte del empeño de que el teatro viaje por Reino Unido, adaptándose a formatos y locales, cambiando de cara y músculo en cada situación. Todo se debe, según dicen, a la disputa imposible de resolver sobre si era más pertinente montar la compañía nacional en Glasgow o en Edimburgo. ¿Les suena familiar?

Dirigida por Laurie Sansom, que es inglés, la compañía ha agitado el teatro escocés, reducido muchas veces al Festival de Edimburgo, un gozoso acontecimiento anual. Entre sus prioridades está la de encargar textos a autores contemporáneos y ahí es donde su reconocimiento se da la mano con el de Juan Mayorga. El teatro público, cuando es apoyo a personas y no tanto al ladrillo y el hormigón, conduce a algo sencillo pero euforizante. A la sensación de que seguimos existiendo y sumando contenido a la parte más noble de la herencia humana, aquella que lega arte, sensibilidad y expresión de tu tiempo a las generaciones venideras.

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