Cartas al director

El poder de hacer la vida agradable

Hace unos días, a raíz de unas encuestas que he tenido que hacer durante las prácticas universitarias, entré en un supermercado y pregunté por la persona encargada. Pronto se acercó un hombre joven y sonriente, de apretón de manos seguro y con aspecto de andar ocupado, así que traté de ser rápido. En un par de minutos resolvimos el asunto y, como en todas las encuestas anteriores, rematé preguntándole si tenía algo más que añadir. Él, sin alterar el semblante, asintió y me exigió que escribiera, bajo su atenta supervisión, un agradecimiento por la corrección y buenos modales del encuestador; o...

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Hace unos días, a raíz de unas encuestas que he tenido que hacer durante las prácticas universitarias, entré en un supermercado y pregunté por la persona encargada. Pronto se acercó un hombre joven y sonriente, de apretón de manos seguro y con aspecto de andar ocupado, así que traté de ser rápido. En un par de minutos resolvimos el asunto y, como en todas las encuestas anteriores, rematé preguntándole si tenía algo más que añadir. Él, sin alterar el semblante, asintió y me exigió que escribiera, bajo su atenta supervisión, un agradecimiento por la corrección y buenos modales del encuestador; o sea, yo mismo. Salí perplejo del supermercado. Llevaba más de un centenar de visitas hechas y en casi todas me habían recibido con amabilidad y paciencia, pero aquel gesto me pilló desprevenido. Tan sencillo y barato como unas buenas palabras acompañadas de una sonrisa. Aquel caballero me demostró que, cuando queremos, las personas tenemos un poder inmenso para hacer de nuestro día a día un lugar más agradable.— Sergi Esteve Rico.

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