Editorial

Golpe de timón

Si Europa quiere sobrevivir a las crisis que afronta necesita un cambio urgente

Homenaje en la Plaza de la Bolsa a las víctimas del atentado de Bruselas.JULIEN WARNAND ((EFE))

La Unión Europea parece a la deriva, sin rumbo ni timonel. Si no se impone a sí misma un cambio radical de dirección, el proyecto europeo naufragará, dejando tras de sí unas sociedades consumidas por el populismo, la xenofobia y el nacionalismo. Los fracasos de esta Europa, marco imprescindible para la convivencia, son demasiado numerosos, demasiado paralelos en el tiempo y demasiado importantes como para ser pasados por alto.

Primero fue el pacto con Turquía para devolver a los refugiados, un acuerdo chapucero cuyo objetivo era tapar la incompetencia y las divisiones en la crisis de as...

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La Unión Europea parece a la deriva, sin rumbo ni timonel. Si no se impone a sí misma un cambio radical de dirección, el proyecto europeo naufragará, dejando tras de sí unas sociedades consumidas por el populismo, la xenofobia y el nacionalismo. Los fracasos de esta Europa, marco imprescindible para la convivencia, son demasiado numerosos, demasiado paralelos en el tiempo y demasiado importantes como para ser pasados por alto.

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Primero fue el pacto con Turquía para devolver a los refugiados, un acuerdo chapucero cuyo objetivo era tapar la incompetencia y las divisiones en la crisis de asilo y refugio. Luego, los fallos de inteligencia que han llevado a un atentado en Bruselas que muchos creen que se podía haber evitado si los Estados hubieran estado a la altura de las circunstancias tras los atentados de París de noviembre. Antes vivimos una capitulación en toda regla de los principios básicos que inspiran a la UE ante el chantaje británico para no marcharse de la UE. A ello se suma el recuerdo de un enfrentamiento con Grecia en el que, tras años de pésima gestión de la crisis del euro, se enseñó la puerta de salida a un país con una población en situación de emergencia. Todo ello en un contexto de muy débil crecimiento económico, desempleo crónico y amenazas deflacionistas.

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Ante cada uno de los problemas de los últimos años, el denominador común de la reacción europea ha sido el miedo, la improvisación o la falta de solidaridad. Los responsables de tal estado de cosas son, en primer lugar, los gobiernos nacionales. Constituidos en gobierno permanente de la Unión al amparo de una serie de tan improvisados como inútiles Consejos Europeos extraordinarios, han arrinconado a la Comisión y al Parlamento. Alemania, Francia, Italia y España, que podrían impulsar el proyecto europeo, sólo comparecen para exigir soluciones a sus problemas o para acusar a los demás de interferir en sus asuntos. Otros, desde el Reino Unido a Polonia, pasando por Hungría o Dinamarca, simplemente han caído en manos populistas, mediocres o nacionalistas.

Pero la Comisión y el Parlamento tampoco carecen de responsabilidad: en las pasadas elecciones europeas prometieron un gobierno que mereciera tal nombre y un parlamento que lo sostuviera con sus votos. La realidad ha sido bien distinta: los dos proyectos estrella del presidente Juncker —el plan de inversiones destinado a relanzar la economía europea y el programa de realojo de refugiados— han fracasado. Que los Estados humillen al presidente de la Comisión e ignoren al Parlamento Europeo se ha convertido en algo habitual desde la Comisión Delors. Pero aceptar ese papel de comparsa y limitarse a gesticular, como hacen Juncker y el Parlamento estos días, no dice mucho de aquellos que tienen que hablar en nombre de Europa.

Esta generación de europeos va a estar marcada por el estancamiento económico, el auge de los populismos y el desafío del terrorismo yihadista. Tendrá que hacer frente a todo ello en un entorno de inestabilidad y conflictos que se extiende desde el Ártico hasta el Magreb, pasando por Oriente Próximo y el Golfo Pérsico. Ninguna de las crisis tiene soluciones mágicas ni automáticas. Su complejidad exige voluntad política y determinación de actuar unidos y a largo plazo. Si Europa quiere sobrevivir a la concatenación de crisis que sufre necesita un gran pacto transversal que la impulse. El proyecto europeo tiene muchos enemigos, dentro y fuera. Pero la peor amenaza que enfrenta Europa es su propia inacción. La falta de liderazgo europeo ha convertido a la UE en un ente vulnerable e ineficaz. Si quiere sobrevivir, necesita cambiar de rumbo, y hacerlo urgentemente.

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