Editorial

Los clubes son responsables

Las directivas guardan un silencio llamativo ante los despropósitos de los jugadores

Luis Suárez en un momento del partido contra el EspanyolEmilio Morenatti (AP)

Con demasiada frecuencia, los jugadores de fútbol de élite en la Primera División española protagonizan conductas reprobables —cuando no predelictivas—, impropias de deportistas conscientes de su responsabilidad. El caso más reciente es el del jugador del Barça Luis Suárez, que rozó el matonismo en el último partido contra el Espanyol; o del espanyolista Diop, que al término del encuentro declaró: “Si hubiéramos sido violentos algunos jugadores habrían salido en camilla”; o el estúpido desafío entre varios para proseguir el enfrentamiento tras el partido. No se trata de los roces habituales de...

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Con demasiada frecuencia, los jugadores de fútbol de élite en la Primera División española protagonizan conductas reprobables —cuando no predelictivas—, impropias de deportistas conscientes de su responsabilidad. El caso más reciente es el del jugador del Barça Luis Suárez, que rozó el matonismo en el último partido contra el Espanyol; o del espanyolista Diop, que al término del encuentro declaró: “Si hubiéramos sido violentos algunos jugadores habrían salido en camilla”; o el estúpido desafío entre varios para proseguir el enfrentamiento tras el partido. No se trata de los roces habituales dentro de un campo de fútbol, que pasan y se olvidan; el partido discurrió por cauces de hostilidad y resentimiento, preparado por declaraciones inoportunas de directivos de ambos equipos, en los que, sin duda, jugó un papel importante lo que representan ambos clubes en el ámbito político catalán.

Pero hay más. Dos jugadores del Real Madrid han protagonizado episodios preocupantes, además de grotescos. Karim Benzema está investigado por la justicia francesa por su implicación en un supuesto chantaje sexual a su compañero Valbuena; y James, sorprendido en la M-40 circulando a 200 kilómetros por hora, forzó a la policía a una persecución cinematográfica.

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La acumulación de violencias y despropósitos obliga a preguntarse si los clubes de fútbol disponen de un código ético que deben cumplir los jugadores; o, si lo tienen, se dignan aplicarlo. Por el contrario, parece que las directivas miran hacia otro lado cuando una de sus estrellas se comporta de manera zafia o directamente ofensiva; y, a veces, salen en su defensa a destiempo, implicando indecorosamente al club en las fechorías de sus empleados. Los jugadores de élite no cobran millones al año solo por golpear con acierto un balón; representan a una sociedad y tienen un papel que cumplir a cambio de sus cuantiosas soldadas. Eso incluye, por lo menos, pagar impuestos, acreditar una conducta razonable dentro y fuera del campo y evitar la incitación a la violencia.

Suárez ya ha sido castigado por el comité correspondiente; quizá otros jugadores lo sean. Es justo y conveniente. Pero el silencio llamativo y ofensivo es el de sus propios clubes, que son los que, en primera instancia, deberían sancionar las conductas desbocadas; al no hacerlo, incurren en una clara responsabilidad.

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