Editorial

Freno al populismo

Sin la segunda vuelta electoral, los ultras serían más poderosos en Francia

Marion Maréchal-Le Pen, una de las candidatas de la extrema derecha francesa derrotadas el 13 de diciembre, en su discurso tras el anuncio de los resultados.Patrick Aventurier (Getty Images)

El cordón sanitario existente en torno al Frente Nacional ha impedido que su amplia cosecha de votos (6,8 millones, el récord de su historia) se traduzca en poder efectivo tras la segunda vuelta de las elecciones regionales francesas. Al final funcionó el frente republicano, la mezcla de votos de izquierda y derecha que cerró el paso a los extremistas, sobre todo en las dos circunscripciones a cuyas presidencias aspiraban Marine Le Pen, la líder del partido, y su sobrina Marion Maréchal Le-Pen. Ambas fueron vencidas por el seguimiento de la consigna socialista de votar a favo...

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El cordón sanitario existente en torno al Frente Nacional ha impedido que su amplia cosecha de votos (6,8 millones, el récord de su historia) se traduzca en poder efectivo tras la segunda vuelta de las elecciones regionales francesas. Al final funcionó el frente republicano, la mezcla de votos de izquierda y derecha que cerró el paso a los extremistas, sobre todo en las dos circunscripciones a cuyas presidencias aspiraban Marine Le Pen, la líder del partido, y su sobrina Marion Maréchal Le-Pen. Ambas fueron vencidas por el seguimiento de la consigna socialista de votar a favor de los candidatos de la derecha, mejor situados en esos lugares que los del partido de François Hollande.

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La situación es frustrante para los electores del Frente Nacional que, elección tras elección, se quedan sin representación política. Un partido minúsculo en las instituciones cada vez es más grande entre la población. Que la maquinaria les haya funcionado a las corrientes centrales de la democracia no implica la desaparición de los problemas de fondo. Porque el combustible que alimenta ese mecanismo no es otro que el miedo: la izquierda denuncia al populismo y este a la globalización, a Europa, a los inmigrantes, a la precariedad. ¿Cuánto tiempo se puede convivir bajo el cruce de tantos miedos?

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Cada vez es más frecuente que las campañas electorales giren en torno a las cuestiones planteadas por la ultraderecha. Esta forma de atraer a los demás partidos hacia los temas favoritos del extremismo —patente en la campaña de Nicolas Sarkozy— revela los peligros que subsisten para el futuro. Solo cuando la ultraderecha asusta lo suficiente como para hacer creíble que pueda ganar las instituciones los abstencionistas se encaminan hacia las urnas y los partidos republicanos se movilizan lo suficiente contra el Frente Nacional.

Por eso, la realidad es que la elección francesa ha terminado sin verdaderos vencedores ni vencidos: el extremismo avanza en votos pero queda fuera de las presidencias de región, la derecha gana siete regiones —varias de ellas con sufragios prestados por la izquierda— y los socialistas conservan cinco.

La movilización de la segunda vuelta contra el Frente Nacional es un hecho político de primer orden. La ultraderecha sigue siendo una opción de protesta que atrae a los descontentos, pero la gran mayoría de los ciudadanos no esperan de esa corriente un Gobierno constructivo. La conclusión es que allí donde existe el sistema electoral de doble vuelta se dispone de un mecanismo efectivo para corregir los efectos no deseados provocados por la primera votación. Pero ese recurso de última hora no evita la necesidad de actuar respecto a los problemas de fondo, antes de que ni siquiera la existencia del freno de socorro sea suficiente para contener la oleada populista.

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