‘Allons enfants’

Lo que jamás imaginamos es que aprendíamos para, mucho después, leer boquiabiertos los tuits que nos llegaban, un viernes noche, anunciando muertos y más muertos en París

Homenaje floral a los fallecidos en París, cerca de la sala Bataclán. Marc Piasecki (Getty Images)

Qué mal hablamos francés Pirineos abajo. Très, très mal. Seguimos con lo de que es un idioma dulce, romántico, pero en nuestro acento hay poca suavidad. Si se nos da mal el inglés…

Como tanto español treintañero, algunos empezamos en el instituto poniendo morritos de letra u mientras pronunciábamos la i. Y con esa r gatuna, atrancada y gangosa, atrancada hasta el segundo trimestre. En la ESO, las clases estaban llenas, quizá por considerarse una maría. Poco a poco, se fueron vaciando y en el Bachillerato apenas éramos cinco alumnas. Un lujo producto d...

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Qué mal hablamos francés Pirineos abajo. Très, très mal. Seguimos con lo de que es un idioma dulce, romántico, pero en nuestro acento hay poca suavidad. Si se nos da mal el inglés…

Como tanto español treintañero, algunos empezamos en el instituto poniendo morritos de letra u mientras pronunciábamos la i. Y con esa r gatuna, atrancada y gangosa, atrancada hasta el segundo trimestre. En la ESO, las clases estaban llenas, quizá por considerarse una maría. Poco a poco, se fueron vaciando y en el Bachillerato apenas éramos cinco alumnas. Un lujo producto del boom de los 2000 que llegó hasta los institutos de las periferias.

En esas clases, además de la obligada grammaire, se leían libros cortitos, fenomenalmente escritos, y se escuchaba música popular. También se aprendía sobre lluviosos cafés parisinos, sobre rojos vinos y crujientes baguettes, sobre villas que daban al mar, perfectas para soñar como quinceañeros.

Lo que jamás imaginamos es que aprendíamos para, mucho después, leer boquiabiertos los tuits que nos llegaban, un viernes noche, anunciando muertos y más muertos en París, calles tomadas, metros cerrados. Que esos cafés se llenarían de balas, que el vino y la sangre acabarían mezclándose, desparramados sobre las mesas. Que la música con la que entonábamos bellas canciones nos ayudaría a tararear, apretando los dientes y conteniendo las lágrimas, esa Marsellesa dolorosa: Allons enfants de la Patrie… Pronunciamos muy mal, vecinos gabachos, pero allez, allez, estimados enfants.

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