Editorial

Decisivas como nunca

Las elecciones sancionarán el modo de salir de la crisis y la cuestión catalana

Sin perjuicio del momento fundacional que representaron las primeras elecciones generales (1977) después de la muerte de Franco, y la no menos significativa victoria socialista de 1982 tras el 23-F y otras intentonas golpistas, no hay duda de la trascendencia de los comicios que el presidente del Gobierno convocará mañana para el 20 de diciembre. Nunca ha estado la cohesión territorial de España tan afectada como ahora, a causa del cisma abierto en Cataluña por la tensión separatista y por los tortuosos caminos recorridos para llevar a cabo el proyecto de “desconexión” de España.

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Sin perjuicio del momento fundacional que representaron las primeras elecciones generales (1977) después de la muerte de Franco, y la no menos significativa victoria socialista de 1982 tras el 23-F y otras intentonas golpistas, no hay duda de la trascendencia de los comicios que el presidente del Gobierno convocará mañana para el 20 de diciembre. Nunca ha estado la cohesión territorial de España tan afectada como ahora, a causa del cisma abierto en Cataluña por la tensión separatista y por los tortuosos caminos recorridos para llevar a cabo el proyecto de “desconexión” de España.

Por eso cobran mayor significación las palabras del Rey en la entrega de los premios Princesa de Asturias, defendiendo la necesidad de apartarse de “todo lo que pretenda señalar, diferenciar o rechazar al otro”. Las alusiones de Felipe VI a que “nadie construya muros con los sentimientos” y el apoyo a la legalidad y los principios constitucionales como garantía de los derechos y libertades de todos son tan sensatas como cargadas de simbolismo. Dan cuenta de la honda preocupación de la máxima autoridad del Estado, desde su posición constitucional al margen de los partidos, por mantener la unidad y evitar las fracturas sociales, cuando el país afronta el final de un ciclo electoral que se ha alargado excesivamente a lo largo de 2015.

Estos comicios se sitúan también a la salida de una prolongada crisis económica, que ha puesto a prueba algunos de los consensos básicos de la sociedad y ha acentuado las desigualdades preexistentes. Ante los electores se confrontarán varios modelos políticos: o bien la continuidad reivindicada por el Partido Popular y su líder, Mariano Rajoy, que ha estirado la legislatura cuanto ha podido para arañar un resultado que respalde su balance; o las soluciones presentadas por las fuerzas y los demás dirigentes que compiten por el poder estatal.

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Lo que desde luego carece de precedentes es la porfía entre más partidos de los habituales. Nunca hubo unos comicios de ámbito nacional, desde la Transición, en los que hasta cuatro fuerzas se hayan disputado las opciones de gobierno, alejándose de la competencia esencialmente bipartidista que caracterizó las precedentes elecciones generales. La polarización entre el centroderecha (primero bajo las siglas de UCD, después de las del PP) y los socialistas da paso a una cita con las urnas de la que, salvo enormes sorpresas, saldrán unas Cortes más fragmentadas que las anteriores, consumando el final de la mayoría absoluta de un solo partido.

Esto no quiere decir que el Gobierno futuro esté condenado a apoyarse en mayorías débiles, sino que el quórum de diputados que sostienen al inquilino de La Moncloa habrá de ser el fruto de acuerdos o coaliciones; en definitiva, de quién pacte con quién a partir de la decisión de los votantes sobre las opciones en liza. Lo cual aconseja sustituir las habituales campañas a cara de perro por otra de verdaderas explicaciones y debate sobre proyectos.

Se acerca el momento en que los ciudadanos tendrán la oportunidad de sancionar cuál va a ser la salida de las varias crisis que ha vivido España durante los últimos años por medio de un masivo pronunciamiento en las urnas.

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