El acento

El fútbol y la política según Laporta

"Hacer país" no consiste sólo en que el Barça desfile tras las banderas catalanistas; exige un compromiso con los ciudadanos que el candidato elude

En aquel tiempo, llegó Joan Laporta, candidato a la presidencia del Barcelona y desacomplejadamente catalanista según definición propia, a una tertulia deportiva y dijo a sus discípulos (y a quien quiso escucharle) que: 1.-“Creo que hay que hacer política con el deporte, por supuesto (...) Desde un club de fútbol hay que hacer país”; 2.-En caso de recuperar la presidencia del Barça, tendrá como objetivo “promover la catalanidad” del club “sin herir sensibilidades”; 3.-“Si hubiera estado en la grada [durante la final de Copa] yo hubiera pitado el himno”. Se refiere, claro, al de España. Sobre e...

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En aquel tiempo, llegó Joan Laporta, candidato a la presidencia del Barcelona y desacomplejadamente catalanista según definición propia, a una tertulia deportiva y dijo a sus discípulos (y a quien quiso escucharle) que: 1.-“Creo que hay que hacer política con el deporte, por supuesto (...) Desde un club de fútbol hay que hacer país”; 2.-En caso de recuperar la presidencia del Barça, tendrá como objetivo “promover la catalanidad” del club “sin herir sensibilidades”; 3.-“Si hubiera estado en la grada [durante la final de Copa] yo hubiera pitado el himno”. Se refiere, claro, al de España. Sobre el himno y los silbidos, poco hay que decir: libre es el señor Laporta de pitar y abuchear a quien quiera, porque eso forma parte del espectáculo del fútbol. Y quien hoy silba mañana será silbado; esa es la ley. El comportamiento cortés no forma parte del universo futbolístico, así en el Bernabéu como en el Nou Camp; y si hubo un tiempo para lamentarse, ya ha pasado.

Pero sí es motivo de reflexión —“preocupada reflexión” diría un esencialista— lo que el señor Laporta entiende por “política”. Para Maquiavelo era el arte de conseguir y conservar el poder; para Schmitt, la resolución de la dialéctica amigo-enemigo; y para Kelsen, como para una buena parte del pensamiento democrático contemporáneo, una distribución equitativa del poder orientada a la gestión social. Tal como lo plantea el señor Laporta, ávido quizá por conectar con el electorado barcelonista, “hacer política” no es nada de eso, ni lo contrario, ni nada que implique racionalidad; parece consistir en alinearse detrás de una bandera, en este caso la del catalanismo, lanzar los gritos de rigor y estar al quite para sentirse herido por cualquier brote de anticatalanismo, real o virtual. La matización “sin herir sensibilidades” remite a la retórica pueril de los modismos “sin prisa pero sin pausa”, “venga de donde venga” o el abyecto “hay que aunar voluntades”.

Sin embargo, no hay objeción conceptual a que un club de fútbol haga política, sea independentista, nacionalista, jingoísta o de cualquier otra naturaleza. Ahora bien, la condición es que el señor Laporta —y otros que actúan como él— entienda que “hacer política”, si se acepta dar el paso, consiste también —de hecho, en primer lugar— en representar a los catalanes ante las instituciones, tomar posiciones sobre sus derechos a una vivienda, a un empleo o a un pupitre para sus hijos, ayudar en la gestión de la ciudad, hacer valer el poder del club para que sus jugadores (y no el club, es decir, los socios) paguen íntegros los impuestos, dar ejemplo despidiendo a imputados por fraudes, escuchas o espionajes y repudiar públicamente a los cargos de la Generalitat incursos en procesos por corrupción.

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Si eso es lo que entiende el señor Laporta por Hacer país, de acuerdo. En ese caso, debería explicarlo. Pero lo que ha dado a entender es que Hacer país consiste en pregonar dentro y fuera de España las verdades del barquero “soberanista” y cumplir con las cuotas de propaganda. Es la versión más rancia de la política: pegar carteles y corear consignas. No parece, señor Laporta, la implicación más elegante para una institución como el Barça.

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