El gran amor de Mitterrand cuenta su historia

Anne Pingeot revela por primera vez detalles de su relación con el político y padre de su única hija

París -
Anne Pingeot y su hija Mazarine, en enero de 1996, durante el entierro del expresidente François Mitterrand.DERRICK CEYRAC (AFP)

Más que la otra mujer de François Mitterrand, Anne Pingeot fue su gran amor y la madre de su hija Mazarine. En la sombra para no entorpecer la carrera política del que fue el primer presidente socialista de la V República, ha guardado siempre silencio y vivido alejada de los focos. Más de un periodista ha tratado en vano recoger su testimonio. A sus 72 años, la misteriosa historiadora y comisaria honoraria del Museo de Orsay ha hecho una excepción para el antiguo corresponsal en París de la BCC, Philip Short, quien recoge sus declaraci...

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Más que la otra mujer de François Mitterrand, Anne Pingeot fue su gran amor y la madre de su hija Mazarine. En la sombra para no entorpecer la carrera política del que fue el primer presidente socialista de la V República, ha guardado siempre silencio y vivido alejada de los focos. Más de un periodista ha tratado en vano recoger su testimonio. A sus 72 años, la misteriosa historiadora y comisaria honoraria del Museo de Orsay ha hecho una excepción para el antiguo corresponsal en París de la BCC, Philip Short, quien recoge sus declaraciones en su biografía François Mitterrand, portrait d’un ambigu (Retrato de un ambiguo).

Pingeot repasa así sus “32 años de felicidad y de desgracia” junto al amor de su vida. “Nunca he conocido a nadie más. Ni antes, ni después”, asegura. Pingeot era una adolescente cuando se encontró con el entonces ministro y amigo de la familia, François Mitterrand, casado ya con Danielle Mitterrand y padre de dos hijos. Su idilio empezó unos años después, en el verano de 1963: ella tenía 20 años y él 47. Dos años después, Mitterrand se presentaba por primera vez, sin éxito, a la presidencia. En plena campaña ayudaba a su amante, estudiante de Derecho con sus trabajos para la universidad. “Ahora me da vergüenza. El candidato a la presidencia de la República tenía otras cosas que hacer que ayudarme con mis deberes. Lo hizo por amor y para probar que era el dueño de su tiempo”.

Anne Pingeot, en una calle de París.CORDON PRESS

Entre los momentos más felices, por supuesto, está el nacimiento de Mazarine en 1974, el “único verdadero regalo que me ha hecho”, según relata medio en broma. Aunque vivir el embarazo a escondidas tampoco fue fácil. “Tocaba el fondo de la desesperación. Estaba allí, embarazada y él, ¡estaba en Cuba con su mujer!”, recuerda. La existencia de Mazarine no fue revelada al público hasta 1994, en una histórica portada de Paris Match.

Para entonces, en su último año en el Elíseo (1981-1995), Mitterrand se había cansado de esconderse, como lo había hecho hasta entonces. El mandatario ya no dormía en el palacio presidencial con la primera dama oficial, sino en unas dependencias a poca distancia junto a Anne Pingeot y Mazarine. Sin embargo, eligió mantener las apariencias y se negó a divorciarse de su esposa. “Descubrir que no se es la favorita, ¡es lo más duro!”, relata la que fuera su mujer en la sombra.

Pingeot no se limita a hablar de su relación con Mitterrand, basada de admiración y sacrificio. Quizás la mayor revelación es la que hace sobre las circunstancias de la muerte del presidente, enfermo de un cáncer de próstata desde hacía más de una década. Confirma, como lo habían avanzado algunas personas de su entorno, que Mitterrand había pedido a su médico que pusiera fin a sus días en caso de perder la cabeza.

La fatídica noche del 7 al 8 de enero de 1996, “a las tres de la mañana, llamé al [doctor Jean-Pierre] Tarot. Le expliqué: ‘le digo que no se levante, pero ya no entiende lo que le digo. Es bastante fuerte, lucho contra él pero sin éxito’”, asegura Pingeot. “Creo que Tarot entendió lo que le que quería decir. François le había pedido: ‘cuando [la enfermedad] me afecte el cerebro, me liquida, no quiero estar en este estado”, recuerda. “Cuando llegó el doctor Tarot, me dijo que tenía que irme (…) Debió darle durante la noche una inyección para acabar con todo”, concluye.

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