Cartas al director

Sobrevivir a un ictus

Tras leer el excelente relato personal de Jorge M. Reverte, del domingo, Sobrevivir al ictus, quiero comentar que, tras alegrarme de su evidente recuperación como admirador de sus letras, seguramente muchos nos vemos reflejados en esas vivencias que en dos páginas detalla. Es cierto que, finalmente, un enfermo sale o no sale por sí mismo, pero si alguien le echa un cabo, mejor. También le doy la razón en que el doctor López Ibor no necesita libros de autoayuda. Sé bien que se valora como el más preparado para hacer una angiografía y poner en funcionamiento una arteria cancelada, inclu...

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Tras leer el excelente relato personal de Jorge M. Reverte, del domingo, Sobrevivir al ictus, quiero comentar que, tras alegrarme de su evidente recuperación como admirador de sus letras, seguramente muchos nos vemos reflejados en esas vivencias que en dos páginas detalla. Es cierto que, finalmente, un enfermo sale o no sale por sí mismo, pero si alguien le echa un cabo, mejor. También le doy la razón en que el doctor López Ibor no necesita libros de autoayuda. Sé bien que se valora como el más preparado para hacer una angiografía y poner en funcionamiento una arteria cancelada, incluso cerrar una desparramada.

A mí ya me lo demostró hace 17 años, cuando me habían desahuciado en mi hospital de referencia. Ahora no tengo dudas de que sigo vivo gracias a él. Después le he visto, sigue queriéndose, pero muchos enfermos también lo hacemos. Cuando, quienes hemos tenido problemas graves, cogemos una ambulancia para ponernos en sus manos porque en casa te cierran las opciones y no ven salida a tu problema, encontrar a alguien como López Ibor que, arrogante, te dice que él te lo resuelve con la gorra, supone un gran alivio y te deja ver una posibilidad de no quedar tetrapléjico, o difunto directamente. Si, finalmente, ves que cumple lo que ha prometido, le debes agradecimiento eterno. Quiero, pues, romper una lanza por el hombre de las llaves del coche, de la mucha información al paciente y de los chasquidos de los dedos, tan bien descrito por Reverte, al que deseo se enfrente a la inteligencia israelí con éxito.— Salvador Montalbán Rodríguez.

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