Tribuna

El 11-S francés

En París cunde la sensación de que el objetivo es la propia civilización occidental

Inmediatamente después de la masacre cometida en la revista satírica Charlie Hebdo,se ha propagado por toda Francia la comparación con el atentado cometido por Al Qaeda en 2001 en Estados Unidos. En realidad, el del 7 de enero ha sido el más letal registrado en Francia desde el final de la guerra de Argelia en 1962. Pero ¿hasta qué punto es certera la analogía?

A primera vista, la comparación resulta artificial y rebus...

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Inmediatamente después de la masacre cometida en la revista satírica Charlie Hebdo,se ha propagado por toda Francia la comparación con el atentado cometido por Al Qaeda en 2001 en Estados Unidos. En realidad, el del 7 de enero ha sido el más letal registrado en Francia desde el final de la guerra de Argelia en 1962. Pero ¿hasta qué punto es certera la analogía?

A primera vista, la comparación resulta artificial y rebuscada. En París han muerto 12 personas, mientras que en los atentados ocurridos en Nueva York y Washington DC murieron casi 3.000. Aquí los terroristas han utilizado kaláshnikovs, no aviones secuestrados. Además, al contrario que en el 11-S, eran todos ciudadanos del país contra el que atentaban. Por eso el atentado de París de 2015 parece más una combinación de otros dos: el cometido en el metro londinense en 2005 (quienes colocaron las bombas eran todos británicos) y el perpetrado en Bombay en 2008 (los atacantes utilizaron armas de mano y fueron a por sus víctimas una por una).

Con todo, a pesar de las grandes diferencias, los atentados de París y Nueva York son en esencia lo mismo. Las dos ciudades encarnan un sueño universal parecido. Las dos son metáforas de la luz y la libertad. Las dos pertenecen al mundo, no solo a sus respectivos países.

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Además, en ambos casos los objetivos elegidos por los terroristas eran enormemente simbólicos. En Nueva York, las Torres Gemelas simbolizaban la ambición y el éxito capitalistas. En París, Charlie Hebdo ha conformado el espíritu de la libertad democrática: la capacidad para escribir, dibujar y publicar de todo, aunque sean provocaciones extremas (y a veces vulgares). En París, al igual que ocurrió en Nueva York, cunde la sensación de que en realidad el objetivo era la propia civilización occidental.

Como la mayoría de los franceses, yo digo, movido por la repugnancia ante el atentado e identificándome con las víctimas, Je suis Charlie: una frase que recuerda a la declaración que hizo el diario Le Monde inmediatamente después del 11-S: Nous sommes tous Américains.

Los franceses tenemos que enfrentarnos a este atentado terrorista del mismo modo que los estadounidenses al del 11-S: con firmeza y claridad

Pero tengo que reconocer que no siempre fue esa mi sensación. En 2005 tuve reservas ante la decisión que tomó el periódico danés Jyllands-Posten de publicar una serie de caricaturas sobre el profeta Mahoma, y también sobre el hecho de que, al año siguiente, Charlie Hebdo decidiera reproducirlas. En esa época yo pensaba que esa era una provocación peligrosa e innecesaria, y por tanto políticamente irresponsable. No hay que jugar con cerillas cerca de un gasoducto o de un paquete de dinamita.

Probablemente nuestra época sea mucho más religiosa que ningún tramo del siglo XVIII. Se puede invocar a Voltarie, pensaba yo en esa época, pero quizá actuar de manera responsable conlleve no mofarse de lo que es más sagrado para los demás, ya sea Jesucristo, Mahoma o el Holocausto.

En la actualidad, y ante la naturaleza de este atentado, dejo atrás esas reservas, aunque, en contra de lo que muchos franceses están haciendo, me resisto a caer en la tentación de sacralizar el recuerdo de las víctimas. En Francia, la laïcité, mal traducida al inglés como “secularismo”, equivale a una religión: la de la República. Para los dibujantes de Charlie Hebdo la religión no era más que otra ideología y en su punto de mira estaban todos los monoteísmos (aunque quizá hicieran más énfasis en el islam, probablemente porque su rostro fundamentalista es más visible).

Hasta el momento, en Francia, al igual que en Estados Unidos inmediatamente después del 11-S, se está imponiendo un clima de unidad nacional. Y así debe ser, porque la unidad es crucial para contrarrestar el terrorismo, cuya prioridad es fomentar la división, atizar el enfrentamiento y marginar a los moderados. En realidad, hasta Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, previno inicialmente contra los peligros de una virulenta reacción antimusulmana, declarando que unos pocos jóvenes perdidos en modo alguno representaban a la mayoría de los musulmanes franceses.

Pero ¿cuánto tiempo se mantendrá la unidad nacional? En Francia, las cicatrices del colonialismo están más recientes que en ningún otro lugar de Europa, el país tiene la minoría musulmana más nutrida del continente y, con unos moderados que parecen especialmente débiles y divididos, la extrema derecha encabeza los sondeos.

Esos ingredientes podrían ser una receta para el desastre. Y ya Le Pen parece volver por donde solía. “La unidad nacional es una ridícula maniobra política”, ha lamentado después de no ser invitada a una concentración celebrada el día posterior al atentado. Sin embargo, con los líderes adecuados al mando, los sucesos del 7 de enero podrían avivar la aparición de una renovada causa común y un renacimiento político.

Los franceses tenemos que enfrentarnos a este atentado terrorista del mismo modo que los estadounidenses al del 11-S: con firmeza y claridad, pero también con responsabilidad. Eso significa, sobre todo, que debemos evitar ser como Estados Unidos en 2003, cuando el presidente George W. Bush llevó a Irak la “guerra mundial contra el terror”. Ahora, lo que Francia tiene que hacer es defender los valores que la han convertido en objetivo terrorista.

Dominique Moisi, profesor en L’Institut d’Études Politiques de París (Sciences Po), es asesor principal del Institut Français des Relations Internationales (IFRI) y profesor visitante en el King’s College de Londres.

© Project Syndicate, 2014.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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