Cartas al director

El jardín del edén y de la vergüenza

Recientemente se ha estrenado en televisión un dating show de los que se acostumbra a emitir en este país, un formato para encontrar a nuestra media naranja. Claro que, para ello, parece ser que es necesario perder la dignidad por completo. Los concursantes salen desnudos y se posicionan delante de las cámaras bajo la mirada de la audiencia. Con la excusa de encontrar el amor sin que haya ningún tapujo, estas personas quedan despojadas de cualquier honra y estima. Estos programas de televisión se han convertido últimamente en el refugio de los llamados ninis,dado que queda de...

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Recientemente se ha estrenado en televisión un dating show de los que se acostumbra a emitir en este país, un formato para encontrar a nuestra media naranja. Claro que, para ello, parece ser que es necesario perder la dignidad por completo. Los concursantes salen desnudos y se posicionan delante de las cámaras bajo la mirada de la audiencia. Con la excusa de encontrar el amor sin que haya ningún tapujo, estas personas quedan despojadas de cualquier honra y estima. Estos programas de televisión se han convertido últimamente en el refugio de los llamados ninis,dado que queda demostrado desde el minuto uno el nivel intelectual de estos individuos. Con frases como “La Alambrada… ¿eso no es de alambre?” o “Yo de arte sé poco, pero sí leo libros, por ejemplo, de Dan Brown, donde cuenta cosas de Da Vinci y eso”, se deja bien claro que estos concursantes, además de perder la ropa, han perdido el conocimiento absoluto.

Pero, ¿y por qué siguen acudiendo miles de personas a los castings para entrar en estos concursos? Por un lado está el factor económico, como he dicho antes, estas personas seguramente carecen de estudios y trabajos por lo que una paga que oscila entre los 300 y los 1.000 euros, según se ha anunciado, no les viene nada mal. Pero lo más importante, y que todos deberíamos comprender, es que si estos reality shows sobreviven es gracias a los millones de espectadores que se sientan en sus sofás cada día para acompañar esta pérdida de moralidad.— Laura Ruiz Gutiérrez.

 

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