Opinión

La lengua hábil

Para hablar bien hay que tener memoria y ritmo, pero, sobre todo, ideas con las que convencer

Había en Madrid un maître que se sabía de memoria todos los platos que salían de su excelente cocina. Alguna gente iba allí no sólo porque aquellos eran sabores suculentos sino porque querían degustar el placer con el que aquel hombre único decía sin titubear toda la oferta que había en el menú encerrado en su cabeza.

No sólo se sabía el menú para decirlo al derecho, es decir, desde los entrantes al postre; es que luego volvía a empezar..., desde el postre. No contento con ello, el extraordinario prestidigitador culinario regresaba al ámbito temático, lo cual le llevaba, sucesi...

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Había en Madrid un maître que se sabía de memoria todos los platos que salían de su excelente cocina. Alguna gente iba allí no sólo porque aquellos eran sabores suculentos sino porque querían degustar el placer con el que aquel hombre único decía sin titubear toda la oferta que había en el menú encerrado en su cabeza.

No sólo se sabía el menú para decirlo al derecho, es decir, desde los entrantes al postre; es que luego volvía a empezar..., desde el postre. No contento con ello, el extraordinario prestidigitador culinario regresaba al ámbito temático, lo cual le llevaba, sucesivamente, a las verduras, las carnes, los pescados, los salados, los fritos...

Era un verdadero espectáculo, cuyo corolario más saludable era la comida en sí. Lo bueno del caso es que, además de hacerlo con la pericia de un mago de feria o con el aplomo de un vendedor de fantasías, jamás agotaba a la audiencia que estaba pendiente de sus peroratas. Tan eficaz era su relación con el auditorio que en ningún caso los clientes osaban interrumpir para que explicara esta o aquella preferencia mientras el maître desgranaba plato a plato el resultado de su bien alimentada memoria.

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Me parece a mi, ahora que me fijo en lo que hablan políticos y periodistas en las tertulias más frecuentadas, que hablan por hablar

Viene esto al caso ahora pues en otros ámbitos, el de la política y también en el del periodismo, se observa que hablar bien ya alimenta por sí solo; hace años hubo un parlamentario de mi tierra, José Carlos Mauricio, que en un momento fue delfín de Santiago Carrillo, o eso pensábamos, que hablaba con tal destreza que en muchas de sus legislaturas ganó o rozó el premio de los diputados de mejor labia. Lo que sorprendía era que no usara papeles; como aquel maître que desafiaba su memoria cada mediodía y cada noche, decía con desparpajo fechas y cifras, y nos dejaba boquiabiertos. Seguro que eran las estadísticas que venían al caso...

Eso pensé siempre, que no engañaba a nadie, y aún hoy lo pienso; pero me entraron dudas en algún momento cuando se supo que un escritor excelso, Gabriel García Márquez, distinguido por todos como uno de los mejores periodistas del siglo XX, a veces inventaba cifras o estadísticas tan sólo para hacerlas convivir con el ritmo de sus relatos. Yo estoy seguro de que José Carlos Mauricio, que es periodista también, nunca usó esa estratagema que tuvo a su disposición con tanta fortuna el autor de El coronel no tiene quien le escriba.

Lo cierto es que ahora la lengua hábil domina por doquier, y a mi me admira. Porque para hablar bien hay que tener memoria y ritmo, y desparpajo, pero, sobre todo cuando la lengua se usa ante el público, es bueno que detrás haya datos y cifras, e ideas, con los cuales convencer o convocar a pensamientos finos o agudos; no basta, para vender un menú, como hacía aquel hombre del restaurante, con saberse los platos, sino que hay que saborear también el contenido, haberlo digerido antes, o por lo menos haber visto cómo se hacían en la cocina.

Y me parece a mi, ahora que me fijo en lo que hablan políticos y periodistas en las tertulias más frecuentadas, e incluso en los mítines, que hablan por hablar, parole parole, porque saben que lo que se oye es el nombre de los platos, que la gente no se los va a comer. Parole. Claro, tanto iPad, tanto móvil..., no les da tiempo a estudiarse los menús. 

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