EL ACENTO

Los buenos deseos de Kim

El dictador norcoreano se jacta en su discurso de Año Nuevo de la ejecución de su tío

Marcos Balfagón

Kim Jong-un, como tantos y tantos mandatarios, es incapaz de resistir la tentación de dirigirse a su pueblo con un sentido discurso en estas fechas tan señaladas. A los norcoreanos les ha tocado por Año Nuevo. Veintiséis minutos duró la perorata del Brillante Camarada —breve para los cánones estalinistas— interrumpida puntualmente por el mismo aplauso enlatado, según ha constatado el minucioso monitoreo de la BBC. El joven dictador, tercero de la siniestra dinastía Kim, habló de las supuestas mejoras de vida de los norcoreanos —que además de sufrir el régimen más represivo del planeta, pasan h...

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Kim Jong-un, como tantos y tantos mandatarios, es incapaz de resistir la tentación de dirigirse a su pueblo con un sentido discurso en estas fechas tan señaladas. A los norcoreanos les ha tocado por Año Nuevo. Veintiséis minutos duró la perorata del Brillante Camarada —breve para los cánones estalinistas— interrumpida puntualmente por el mismo aplauso enlatado, según ha constatado el minucioso monitoreo de la BBC. El joven dictador, tercero de la siniestra dinastía Kim, habló de las supuestas mejoras de vida de los norcoreanos —que además de sufrir el régimen más represivo del planeta, pasan hambre— y abogó por mejorar las relaciones con su vecino Corea del Sur, a quien de vez en cuando Pyongyang dispara un misil o dos. Pero el verdadero morbo del discurso estuvo en las alusiones a su tío y mentor, Jang Song-thaek, que dejó este mundo, pelotón de fusilamiento mediante, el 12 de diciembre. Kim no pronunció su nombre, pero en cuanto habló de “escoria disidente”, ya todo el mundo sabía a quién se refería.

La purga de Jang, número dos del régimen, ha sido la más publicitada de la hermética historia norcoreana. Casi fue transmitida en directo. Se supo que perdía el favor de su sobrino cuando se le empezó a borrar de las imágenes oficiales y dos de sus colaboradores fueron ejecutados. Luego llegaron la humillante expulsión del Politburó y las fotos del juicio sumario, en las que aparece esposado. Y por supuesto, la lluvia de acusaciones —reformista, drogadicto, jugador, mujeriego, no se sabe cuál más grave— y de insultos —“basura despreciable”, “tres veces traidor”, “peor que un perro”— que tampoco acabaron de aclarar qué se cocía en palacio, más allá de una sorda lucha por el poder y el control de ciertas empresas.

El caso es que Kim Jong-un asegura que esta purga ha fortalecido al régimen, cosa que no todos se creen, y menos que nadie Corea del Sur, harta de que cada vez que el vecino tiene algún problema, le dé por atacar o hacer pruebas atómicas. Para 2014, por cierto, el Líder Máximo amenazó con una catástrofe nuclear. Y eso que estaba de buen humor: la víspera había visitado la primera estación de esquí de Corea del Norte y disfrutó como un loco subiendo y bajando en el telesilla. Cuando se le pasan las ganas de volar el planeta, Kim es como un niño feliz.

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