Cartas al director

Ferias y tiempos modernos

Entramos en octubre y con él las ferias y fiestas en honor de la Virgen del Pilar y de San Lucas en Zaragoza y Jaén respectivamente; las últimas del año que, desde abril en Sevilla, recorren sin descanso, a bombo y platillo y rascando en las vacías arcas municipales, toda nuestra geografía, año tras año.

No quiero ser aguafiestas, porque serlo en este país es de lo peor que te pueden decir, pero considero que estas ferias son reliquias decimonónicas. Es cierto que tuvieron todo el sentido en épocas pretéritas de nuestros abuelos y padres. Cuando se vivía con gran austeridad y estas feri...

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Entramos en octubre y con él las ferias y fiestas en honor de la Virgen del Pilar y de San Lucas en Zaragoza y Jaén respectivamente; las últimas del año que, desde abril en Sevilla, recorren sin descanso, a bombo y platillo y rascando en las vacías arcas municipales, toda nuestra geografía, año tras año.

No quiero ser aguafiestas, porque serlo en este país es de lo peor que te pueden decir, pero considero que estas ferias son reliquias decimonónicas. Es cierto que tuvieron todo el sentido en épocas pretéritas de nuestros abuelos y padres. Cuando se vivía con gran austeridad y estas ferias suponían, al menos, un intento para evadirse de una triste y áspera realidad de largas manos que a casi todos abarcaba, pero, afortunadamente, hoy en día, nos guste o no vivimos en la cultura del ocio los 365 días del año. No hay necesidad de ferias, ni de esperar en el calendario una semana al año para pisar albero y oler algodón dulce. Comer turrones de tómbolas y almendras garrapiñadas recién hechas, bailar pasodobles, sevillanas, rumbas o lo que sea tras el paso del real de la feria que como un faro en la noche nos guía hacia dónde y cómo se puede uno divertir.— Juan Manuel Chica Cruz.

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