El acento

Triunfos contra la depresión

La victoria actúa como sedante cuando se derrama sobre una sociedad mohína

MARCOS BALFAGÓN

El equipo español de balonmano acaba de ganar el Campeonato del Mundo después de apabullar a Dinamarca en una final con la mayor diferencia de goles de la historia (35-19). En España los triunfos deportivos se convierten fácilmente en euforia colectiva. La victoria actúa como sedante cuando se derrama sobre una sociedad mohína, rota por el desempleo y el debilitamiento de los proyectos colectivos. En el siglo XXI, sin que nadie conozca las razones más allá de la vaga referencia (“se están haciendo bien las cosas”), España es una superpotencia en fútbol, baloncesto, tenis, natación sincronizada...

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El equipo español de balonmano acaba de ganar el Campeonato del Mundo después de apabullar a Dinamarca en una final con la mayor diferencia de goles de la historia (35-19). En España los triunfos deportivos se convierten fácilmente en euforia colectiva. La victoria actúa como sedante cuando se derrama sobre una sociedad mohína, rota por el desempleo y el debilitamiento de los proyectos colectivos. En el siglo XXI, sin que nadie conozca las razones más allá de la vaga referencia (“se están haciendo bien las cosas”), España es una superpotencia en fútbol, baloncesto, tenis, natación sincronizada, hockey sobre patines y ahora balonmano (este es el segundo mundial balonmanista conseguido). Nótese, dicen los expertos, lo bien que se mueven los deportistas españoles en los juegos de equipo, donde la sociabilidad interviene en el éxito, conducidos por entrenadores modestos y poco estridentes. Hasta los guiñoles franceses se han rendido a la evidencia de que una generación o dos de españoles han aprendido a competir y a ganar.

Los triunfos, en especial los de baloncesto y balonmano, contradicen felizmente el lugar común del español escurrido y bajito obligado a superar el hándicap de la prestancia física con un exceso mareante de habilidad. El lugar común racial ya solo sirve para los centrocampistas del tiqui-taca; y no todos. La demografía patria genera profusamente jugadores de más de 1,90 capaces de percutir sobre murallas de daneses, eslovenos o alemanes, prototipos de montacargas, y, lo que es más sorprendente, derribarlas sin aparente esfuerzo.

Nadie niegue los méritos de los deportistas españoles, porque se consiguen a contracorriente. Una envidiosa conjura mundial ha impedido que el Cohecho Sistemático, el Retraso Judicial o el Levantamiento de Material de Oficina se consideren disciplinas olímpicas, así que nadie daba un euro por el deporte español. Con modestia y alegría, los deportistas españoles están en la cima del mundo. La euforia reinante resucitará en breve la frase “Soy español, ¿a qué quieres que te gane?”. Pero no abusen de ella, porque la respuesta podría ser: “A premios Nobel de Física, Química y Economía”.

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