Cartas al director

El honor de los cargos electos

En esta tesitura es oportuno recordar que Mariano Rajoy, y todos aquellos que ostentan cargos públicos electos, juraron o prometieron públicamente cumplir con honestidad el desempeño se sus cargos. Concretamente el juramento/promesa que hizo el presidente del gobierno reza: “Juro/Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno con lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros”. No hacerlo es perjurio o en todo caso inc...

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En esta tesitura es oportuno recordar que Mariano Rajoy, y todos aquellos que ostentan cargos públicos electos, juraron o prometieron públicamente cumplir con honestidad el desempeño se sus cargos. Concretamente el juramento/promesa que hizo el presidente del gobierno reza: “Juro/Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno con lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros”. No hacerlo es perjurio o en todo caso incumplimiento de promesa formal y deshonor. A pesar de ello en España el juramento o promesa públicos de los cargos electos resulta un formulismo intrascendente: carece de consecuencias legales y se transgrede impunemente. Una de las diferencias esenciales con la cultura política de algunos de los países a los que solemos mirar con respeto es que allí el concepto de honor es otro y los ciudadanos no aceptan —ni por ello tampoco sus representantes— el perjurio (o el incumplimiento de lo formalmente prometido). Por lo que los políticos sorprendidos en una transgresión se ven forzados a dimitir, y lo hacen tan pronto como la razón para hacerlo es pública. En esos países hace mucho tiempo que bastantes de nuestros políticos incombustibles habrían tenido que dimitir. Tendemos a intentar resolver nuestros problemas públicos con nuevas leyes (aunque decimos que “hecha la ley,hecha la trampa) pero en estos asuntos, sin honor de verdad y sentido de estado no hay solución.— Eliseo Pascual Gómez.

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