Editorial

La retirada

Esperanza Aguirre deja la presidencia de Madrid, y sin liderazgo a un sector discrepante del PP

Por primera vez en su vida, Esperanza Aguirre ha antepuesto razones personales a las profesionales y políticas que han marcado toda su trayectoria, y este hecho arroja luz sobre la dimisión anunciada ayer como presidenta de la Comunidad de Madrid. Pese a los cargos desempeñados —exministra de Educación y Cultura, primera mujer que encabezó el Senado, primera presidenta de comunidad autónoma— y a las victorias electorales alcanzadas, en su partido nunca había pasado de alternativa latente a Mariano Rajoy y cabeza visible de un sector de discrepantes. Por eso, las razones de salud y otros “acont...

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Por primera vez en su vida, Esperanza Aguirre ha antepuesto razones personales a las profesionales y políticas que han marcado toda su trayectoria, y este hecho arroja luz sobre la dimisión anunciada ayer como presidenta de la Comunidad de Madrid. Pese a los cargos desempeñados —exministra de Educación y Cultura, primera mujer que encabezó el Senado, primera presidenta de comunidad autónoma— y a las victorias electorales alcanzadas, en su partido nunca había pasado de alternativa latente a Mariano Rajoy y cabeza visible de un sector de discrepantes. Por eso, las razones de salud y otros “acontecimientos personales”, mencionados en su despedida, pueden haber sido determinantes para alterar las prioridades mantenidas tenazmente a lo largo de casi 30 años, con las que había pretendido evitar que el hecho de ser mujer le resultara un hándicap en su carrera. La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, tiene razón al apuntar que la retirada de Aguirre supone “el final de una época”.

Esta decisión tendrá consecuencias sobre el futuro de la derecha española, donde Aguirre carece de dirigentes continuadores para sus marcadas ideas liberal-conservadoras y su manera de ejercerlas, con cierta llaneza personal y un estilo radical capaz de suscitar grandes adhesiones y fuertes críticas. Las banderas enarboladas por Aguirre traspasaban los límites de Madrid, pero su batalla nunca llegó a contar con los respaldos suficientes para convertirse en una opción predominante dentro de la derecha. La política tiene horror al vacío y habrá quien recoja esas banderas que, de momento, se quedan sin portaestandarte. Pero resulta tan raro que un político abandone voluntariamente esa actividad que, aunque solo fuera por eso, Esperanza Aguirre merece respeto. Su caso representa un mentís a los que se llenan la boca de críticas hacia la clase política en bloque. Por discutibles que sean sus ideas y la forma en que llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid, en 2003 —el oscuro episodio del tamayazo—, llevamos demasiado tiempo de críticas hacia la política, como si esta fuera el compendio de todos los males sin mezcla de bien alguno, para no resaltar que los políticos merecen más respeto.

La imprecisión de las razones personales alegadas por Aguirre invita a la prudencia sobre el fondo de esta dimisión, en la que no cabe excluir un gran cansancio de la vida pública. Tras sufrir un cáncer —del que ayer se dijo “presuntamente curada”— pensó en no presentarse a las elecciones autonómicas de 2011, pero lo hizo. Y tras la victoria del PP en las elecciones generales de noviembre de 2011 volvió a airearse su cansancio. Señales todas ellas de que la Comunidad de Madrid le pesaba. Sobre todo porque Rajoy, una vez alcanzado el Gobierno, había dado suficientes indicios de que no contaba con ella en la primera fila del Partido Popular.

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