Cartas al director

Las declaraciones de Dívar

Supongo que desde las declaraciones del presidente del Tribunal Supremo y de las alabanzas que ha recibido del ministro de Justicia, cualquier ciudadano al que se le acuse de alguna falta o delito estará justificado que declare: “Tengo la conciencia absolutamente tranquila y no he cometido ninguna irregularidad jurídica, moral o política”. No sólo no podrá ser declarado culpable, sino que, además, deberá recibir del Ministerio de Justicia excusas por la acusación, máxime cuando dicho ciudadano puede sentirse “quebrantado moralmente” y reconocer “amargura y preocupación” por tal hecho. El Sr. D...

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Supongo que desde las declaraciones del presidente del Tribunal Supremo y de las alabanzas que ha recibido del ministro de Justicia, cualquier ciudadano al que se le acuse de alguna falta o delito estará justificado que declare: “Tengo la conciencia absolutamente tranquila y no he cometido ninguna irregularidad jurídica, moral o política”. No sólo no podrá ser declarado culpable, sino que, además, deberá recibir del Ministerio de Justicia excusas por la acusación, máxime cuando dicho ciudadano puede sentirse “quebrantado moralmente” y reconocer “amargura y preocupación” por tal hecho. El Sr. Dívar dixit. Eso haré yo a partir de ahora.— Antonio Luna. Córdoba.

Al escuchar las palabras de Carlos Dívar en la celebración del bicentenario del Alto Tribunal, hablando del peligro de que el Estado socave la posición institucional del poder judicial, he sentido vergüenza ajena. Y me he sentido así al comprobar la falta de vergüenza que el señor Dívar ha demostrado ante todos los españoles en la manera de gestionar su comportamiento. Él sí que ha socavado la imagen de la justicia española, ha socavado la confianza de sus compañeros, y la de todos. Ha socavado la paz dentro del propio CGPJ, al ser el origen de la guerra interna entre progresistas y conservadores. Pero sobre todo ha socavado su propia dignidad, por no actuar de forma coherente y con la madurez y solvencia que requería su cargo, su dimisión llegará tarde, y quizás todo hubiese sido más fácil si el señor Dívar hubiese mostrado un poco más de vergüenza.— Cayetano Ros Sánchez. Cartagena, Murcia.

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