De elefantes y termitas
A diferencia de esos pigmeos que vi cerca de la carretera, en dependencia total de los bantú congoleños, conforme me adentraba en la espesura del río Ituri encontraba poblados en los que la aculturización era menor y donde las formas de vida tradicional aún marcaban el ritmo de la comunidad. Los pigmeos del Ituri viven en claros de la selva, en poblados de una docena de cabañas en forma de iglú que construyen con un entramado de palos cubierto por grandes hojas de banano que hacen la estructura casi impermeable. Encienden el fuego en el interior y como no hay ningún respiradero, la habitación se ennegrece por completo. La división del trabajo en la aldea estaba bien marcada. Cuando llegaba a media mañana a una de ellas, apenas había hombres: estaban de caza. Las mujeres en cambio tenían asignadas todas las tareas de recolección, incluida la de traer madera al poblado y cortarla, un trabajo arduo que también comportaba un gran desgaste físico. Me llamó la atención la abultada barriga que presentaban casi todos los niños; algunos tenían el pelo rubio y ensortijado. Les di unos globos que llevaba y se lanzaron a jugar con ellos como cualquier otro niño del mundo. Por entre las chozas corrían alguna gallina con sus polluelos y varios perros famélicos. A los perros los utilizan en la caza: les colocan unos cencerros de madera y ahuyentan con su ruido a las presas.