Así inventó un vendedor de sartenes hace 100 años una industria que hoy vale 70 billones de euros
Edward Leffler creó el primer fondo de inversión abierto, democratizando la inversión al ofrecer a los pequeños ahorradores un producto financiero de bajo coste gestionado por profesionales. El vehículo original, MFS, ha obtenido en el último siglo una rentabilidad media anual de casi el 9,5%
Acceder a un fondo de inversión nunca ha sido tan fácil como ahora. Neobancos como Revolut, N26 o Myinvestor han afilado tanto el proceso de contratación que un chaval de 18 años puede suscribir un fondo desde su móvil en menos de 10 minutos. Pero no siempre fue así. Cuando Edward Leffler creó el primer fondo de inversión abierto y traspasable hace 100 años, en Boston, los procedimientos para llegar a invertir e...
Acceder a un fondo de inversión nunca ha sido tan fácil como ahora. Neobancos como Revolut, N26 o Myinvestor han afilado tanto el proceso de contratación que un chaval de 18 años puede suscribir un fondo desde su móvil en menos de 10 minutos. Pero no siempre fue así. Cuando Edward Leffler creó el primer fondo de inversión abierto y traspasable hace 100 años, en Boston, los procedimientos para llegar a invertir eran mucho más lentos, y apenas había protocolos y controles que garantizaran su buen funcionamiento. La creación de Leffler fue un invento revolucionario que cambiaría para siempre la forma en que el público general podía llegar a participar en la inversión en Bolsa y bonos, un territorio vedado hasta entonces para los no iniciados. Hoy en día, la industria de la inversión colectiva maneja casi 70 billones de euros y es uno de los actores más importantes en los mercados financieros de todo el mundo.
Leffler apenas ha merecido una nota a pie de página en la historia financiera. No era un académico, ni un jurista, sino un vendedor de ollas y sartenes. Tras unos años de gran éxito comercial, este hombre de negocios de Wisconsin (de ascendencia sueca), se dejó deslumbrar por el boyante mercado de venta de acciones que surgió en el periodo de Entreguerras.
Gracias a su experiencia vendiendo títulos bursátiles de forma individual, Leffler comprobó de primera mano la ausencia de un vehículo de inversión al alcance de los pequeños inversores. En la década de los 20 sí que existían algunos fondos cerrados, pero sus gestores no tenían por qué informar sobre qué compañías estaban comprando y vendiendo. Tampoco tenían la obligación de atender a las peticiones de reembolso de forma inmediata. Todo ello los convertía en cajas negras, utilizadas a menudo de una forma fraudulenta.
La idea más innovadora que aportó Leffler era que los dueños del fondo pudieran solicitar al gestor la recuperación de su dinero “a demanda”. Es decir, que la participación del fondo se calculara a precio de mercado, con un llamado “valor liquidativo, y la sociedad gestora tuviera que darle su parte al pequeño inversor cuando éste lo pidiera —ya sea con el remanente de efectivo que tenga, o deshaciendo posiciones—. Esta fue una idea revolucionaria que complicaba mucho la gestión del vehículo pero le añadía un gran atractivo.
Leffler sabía que necesitaría ayuda para transformar su idea en una realidad. Durante tres años llamó a muchas puertas, pero ninguna se abrió. Finalmente, visitó una pequeña empresa de corretaje de valores de Boston (Learoyd, Foster & Co) y sus socios decidieron apoyarle. Así fue como crearon el Massachusetts Investors Trust (MIT) el 21 de marzo de 1924. El capital inicial era de 50.000 dólares, invertidos en 45 acciones. Se trataba de vehículo que permitía a casi cualquier persona invertir, bajo una gestión profesional, en sociedades de ferrocarriles, minas o petroleras, mientras mantenía una disponibilidad de la inversión impensable hasta esa fecha.
Benjamin Graham —considerado el padre de la inversión en valor y mentor del mítico Warren Buffett— explica en su libro El Inversor Inteligente que la idea de Leffler es “genuinamente estadounidense porque creó un formato barato de inversión, muy conveniente, que ofrece diversificación, está gestionado profesionalmente y estrictamente regulado por la ley federal de valores”. Graham, que se ganó la vida comprando y vendiendo acciones, reconocía que el fondo permitía invertir de forma fácil y asequible a casi todo el mundo.
Hoy la firma fundadora es propiedad del grupo asegurador canadiense Sun Life Financial y maneja activos por valor de 650.000 millones de dólares. Carlos Aparicio es el máximo responsable de MFS Investment Management en España y explica que para ellos “es un orgullo y una responsabilidad ser la entidad que creó el primer fondo de inversión. Además, el vehículo sigue estando plenamente operativo”, explica.
Durante su centuria de vida, el fondo MFS ha cosechado una rentabilidad media anual de casi un 9,5%, después de comisiones. Puede no parecer gran cosa, pero si se hubieran invertido10.000 dólares hace 100 años, el capital sería ahora de casi 3,8 millones de dólares actuales (es decir, después de tener en cuenta el efecto de la inflación). Solo en los últimos 12 meses, el fondo ha subido un 28%, al calor de la inteligencia artificial, con posiciones en Microsoft, Nvidia, Alphabet (matriz de Google), Amazon y Apple.
Aparicio recuerda la importancia que tuvo en su momento la creación de la figura del fondo de inversión. Los años locos años veinte fueron una época de grandes avances económicos. Fue entonces cuando se empezó a popularizarse la inversión en Bolsa, pero el mercado apenas estaba regulado. La década terminó de una forma convulsa, con el crac del 29, considerada la primera crisis financiera global. El derrumbe bursátil golpeó de lleno al fondo MIT, que perdió un 26% de su valor en 1930 y un 43% en 1931. Pero la semilla de la inversión colectiva ya estaba plantada.