El caos se ha adueñado del transporte público de Nueva York
Tanto bajo tierra como al aire libre, el servicio de la Gran Manzana deja mucho que desear y el estado de sus finanzas es calamitoso
Con la anunciada subida del precio de los billetes de metro y autobús, de poco más del 5% —una nadería en comparación con el encarecimiento enquistado en la cesta de la compra pese a la paulatina reducción de la inflación—, la autoridad del transporte metropolitano de Nueva York (MTA, en sus siglas en inglés) no va a tener ni para una mano de pintura, que tan bien le vendría al a menudo grimoso suburbano para lavar la cara.
Al déficit provocado por la pandemia, que redujo masivamente ...
Con la anunciada subida del precio de los billetes de metro y autobús, de poco más del 5% —una nadería en comparación con el encarecimiento enquistado en la cesta de la compra pese a la paulatina reducción de la inflación—, la autoridad del transporte metropolitano de Nueva York (MTA, en sus siglas en inglés) no va a tener ni para una mano de pintura, que tan bien le vendría al a menudo grimoso suburbano para lavar la cara.
Al déficit provocado por la pandemia, que redujo masivamente el volumen de usuarios aun meses después de que la emergencia finalizase, se añade el hecho de que el de Nueva York sea un sistema de transporte disfuncional y, por decirlo claramente, caótico. La red de metro es operada manualmente, con maquinistas que avisan de las frecuentes incidencias por megafonía y con una circulación aleatoria, que se salta estaciones a diario. En tierra opera la flota de autobuses más lenta de EE UU, con una velocidad media de ocho millas por hora (no llega a 13 km/h). Eso por no hablar de la periferia, como algún barrio de Queens, al que sólo llega un autobús cada hora, si no hay retrasos.
La anunciada propuesta de subida, de 2,75 a 2,90 dólares el billete, entrará en vigor a primeros de septiembre. Pero la MTA ya ha adoptado medidas quirúrgicas, como el incremento más radical del billete de los ferris, vitales para cruzar a Manhattan desde Queens o Brooklyn y viceversa, y que en otoño pasó de 2,75 dólares a cuatro por trayecto. Añádase la existencia del ferri de Staten Island, un servicio gratuito, que funciona las 24 horas cada día del año, para completar la imagen de pozo sin fondo del sistema.
En un país en el que la intervención del Estado (el Gobierno federal) es anatema, la salud del sistema de transporte de Nueva York depende precisamente de las ayudas de Washington. El último plan financiero anual, de julio de 2022, constató un déficit estructural recurrente de 2.500 millones de dólares, cubierto por ayudas federales hasta 2024. Para 2025, el agujero negro puede llegar a los 3.000 millones, según una auditoría interna.
El calamitoso estado de las finanzas de la MTA se explica en parte por la pandemia, cuando, a raíz del descenso abismal del número de pasajeros, congeló los aumentos bienales de tarifas y peajes iniciados en 2010. Cuando el año pasado aprobó su presupuesto para 2023, con el incremento del 5,5% de las tarifas, el objetivo era taponar un vacío creado por la persistente reducción del volumen de usuarios. Formas alternativas de transporte, como la bicicleta o el monopatín, sedujeron durante la crisis sanitaria a muchos neoyorquinos, mientras el teletrabajo vaciaba buena parte de las oficinas de Manhattan. El nivel de ocupación de los edificios comerciales está lejos de ser el que era antes de 2020 y, en consecuencia, el uso del transporte público no se ha recuperado.
Ciudad caminable
De la pesadilla que supone moverse por Nueva York —que tiene al menos una ventaja: ser la ciudad más caminable de EE UU— valga una anécdota de la red de autobuses. Un sábado de mayo, a media tarde, un servicio de la línea 7, que enlaza el bajo Manhattan con Harlem, se vio detenido en la Sexta Avenida por numerosos camiones de bomberos, que atendían una incidencia. A bordo del autobús viajaban dos mujeres. Superado el coágulo de coches, más de una hora después, el conductor preguntó a las pasajeras cuál era su destino y arrancó como alma que lleva el diablo, depositando a las viajeras en sus respectivas paradas y dando media vuelta a la carrera para achicar pasajeros de las que se había saltado. Dos semanas después, en la misma línea, el bus empleó una hora y 45 minutos en el mismo recorrido.
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